El miedo al contagio de un familiar (por encima del contagio propio); la situación económica laboral y familiar, y la gran incertidumbre del momento son las tres principales preocupaciones que están causando estrés a los ciudadanos durante el confinamiento por la COVID-19 y, en cuanto a la edad, los jóvenes menores de 25 años conforman uno de los grupos más vulnerables a los efectos psicosociales negativos del confinamiento, con una mayor irritabilidad y apatía.

Estas son algunas de las conclusiones de un estudio sobre los efectos psicosociales del confinamiento en el que han participado más de 1.700 personas de toda España en los últimos días de la segunda semana del estado de alarma y que ha realizado vía telemática el Centro de tratamiento psicológico y neuropsicológico Neuroactívate de Zaragoza, junto al grupo de investigación OPIICS (Observatorio para la Investigación e Innovación en Ciencias Sociales) de la Universidad de Zaragoza, informa el centro en una nota de prensa.

"Entre los efectos psicosociales observados se incluyen la irritabilidad, la ansiedad, los problemas para la adaptación a la situación y el aumento de hábitos nocivos para la salud", afirma la coordinadora del estudio y neuropsicóloga, María Guallart.

Las variables que se han medido para estudiar su relación con el impacto psicosocial negativo han sido: el género, la edad, el nivel de estudios, la posible disminución de ingresos, la situación en el hogar (convivencia con hijos o solo); características de la personalidad, y la satisfacción o el grado de habilidad social.

En general, la principal preocupación de la mayoría de los ciudadanos consultados es el contagio de un familiar frente al contagio de uno mismo. Sobresale en este aspecto el grupo de personas entre 36 a 45 años, cuya preocupación podría explicarse por su mayor responsabilidad sobre familiares a su cargo (hijos menores o/y demás familiares mayores). En cuanto al género, esta cuestión les preocupa más a las mujeres que a los hombres, teniendo más incidencia en el grupo que cuenta con mayor nivel de estudios.

Por otra parte, la preocupación por contraer uno mismo la enfermedad se presenta más en hombres, con mayor incidencia en mayores de 65 años. Y son estos, junto a los varones menores de 25 años, los que muestran una mayor inquietud sobre cuánto tiempo se alargará el confinamiento.

En varios subgrupos analizados en los que los efectos del confinamiento se muestran más negativos hay una correlación con la variante de género, siendo las mujeres las más afectadas en algunos casos, mostrando incertidumbre y tristeza.

El grupo más joven valorado, los jóvenes menores de 25 años, reflejan durante el confinamiento más irritabilidad, apatía y mayor uso de dispositivos móviles (excluyendo el tiempo de uso para temas académicos o laborales), llegando incluso a tres horas diarias más de lo habitual. Asimismo, muestran una mayor inquietud que otros grupos analizados ante el tiempo que se alargará el confinamiento.

Según los resultados obtenidos, este grupo parece especialmente vulnerable a los efectos psicosociales del confinamiento, resultados que también coinciden con otro estudio (Taylor, MR. et al 2008), en el que se identificaba esta variable asociada a un impacto negativo psicológico.

En general, el uso de dispositivos electrónicos (excluyendo uso laboral o académico) ha aumentado en el total de los participantes, con más de tres horas en un 37% y más de dos en un 35%.

Más de la mitad de la muestra evaluada relata que tiene más problemas para dormir que antes del confinamiento: dificultades para conciliar el sueño, despertares nocturnos o mayor somnolencia durante el día.

Los cambios en la alimentación se relacionan con un aumento ligero en la ingesta y en menor medida, una ingesta compulsiva o menor apetito.

El consumo de alcohol o tabaco se ha incrementado ligeramente en un porcentaje del 18 % de los participantes, ha crecido bastante en un 4 % y mucho en un 1 %.

Las personas con relaciones sociales más insatisfactorias (con dificultades a la hora de expresarse emocionalmente), muestran más preocupaciones como tristeza y apatía, así como mayor preocupación por contraer la enfermedad ellos mismos, duermen menos o peor y muestran más problemas para conciliar el sueño.

Además, quienes reconocen sus dificultades para expresar sus emociones están comiendo menos, llegando incluso a disminuir su peso en más de dos kilos en estos quince días.

La disminución de ingresos se evidencia como otra variable que incide en menor adaptación a la situación: aumento de más de tres horas en el uso de dispositivos electrónicos, mayor ingesta de alcohol o tabaco, ingesta compulsiva de comida, la calidad del sueño y mayor apatía. El número de hijos también parece incidir.

En contrapartida, las personas que tienen relaciones sociales más satisfactorias afirman dormir mejor que antes, por lo que podrían estar aprovechando este tiempo para descansar más siendo capaces de retirar las preocupaciones a la hora de conciliar el sueño.

Algunas de las medidas llevadas a cabo por los sujetos que cumplen estas características, podrían ser de utilidad para iniciar medidas de cuidado que puedan mitigar el impacto a nivel psicosocial y que podrían perdurar meses e incluso años, según varios estudios consultados, lo que parece probable dada la incertidumbre respecto al final del aislamiento.