El de Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es un caso claro de la transformación a que se expone quien se entrega a los libros: el lector que convierte la escritura en su eje vital. "El goce esencial es leer", anota en su autobiografía publicada hace diez años, en la que también deja constancia de una vocación clara y temprana de escritor que le ha llevado a manejarse con soltura en todos los géneros.

El filósofo Savater presentó recientemente su "Ética de urgencia" (Ariel), una celebración de los veinte años de la "Ética para Amador", surgida de la conversación con alumnos de instituto.

-Para ser alguien cuyo propósito confeso es vivir sin trabajar, usted no para.

-Es verdad. Hay que ver la cantidad de trabajo que me cuesta no trabajar. Si llego a trabajar honradamente me hubiera molestado menos.

-Uno de sus últimos libros se titula "Ética de urgencia". ¿Tan mal estamos?

-"Ética de urgencia" surge al cumplirse los veinte años de "Ética para Amador". La editorial me propuso escribir una segunda parte, dije que no pero, dado que había servido como libro de texto en algunos centros, me ofrecí a dialogar con alumnos sobre los problemas políticos y éticos del momento. Este de ahora no se trata de un libro escrito por mí, es un libro "hablado" con todos estos jóvenes, que son los que orientaron la conversación.

-¿Entre esos jóvenes se aprecia algún déficit ético, una falta de conciencia del mal?

-La ética es algo difícil de colectivizar. Decir que ahora hay menos conciencia ética es como decir que ahora se digiere peor. Hay quien digiere bien y quien padece dispepsia. Lo que ocurre es que han variado algunos parámetros que teníamos por inamovibles. En la ética, a parte de los asuntos fundamentales, hay unos miramientos, maneras de tomar la vulnerabilidad del otro en cuenta y en eso es verdad que las cosas han podido cambiar. Nuestra época es muy atropellada y falta de consideraciones.

-¿Este momento tan duro que vivimos ha traído un resurgir de la exigencia moral o es sólo un falsa impresión?

-Ojalá que fuera así. Creo que debería traer primero una reflexión moral sobre la vida de cada uno. Pero sobre todo debemos hacer una reflexión sobre la necesidad política. La vida de un ciudadano en una democracia no puede carecer de dimensión política. El mundo no se divide entre los ciudadanos y los políticos, ni los políticos son una secta que ha llegado en un platillo volante para fastidiarnos la vida a los demás. Los políticos somos todos y no tomar en cuenta esa dimensión es un error que trae graves consecuencias, como estamos viendo.

-Situaciones a las que asistimos ahora, como la imputación de un miembro de la Familia Real, ¿serían pensables en otro tiempo?

-Creo que nos hemos dado cuenta de que pasar por altos ciertas cosas o quitarle importancia a ciertos comportamientos es un error. La corrupción, en los más altos estratos y en los más bajos, es inevitable allí donde hay libertad, porque siempre hay alguien que la utiliza mal. Pero lo grave no es la corrupción misma sino la impunidad, que se tolere o se mire para otro lado. Que se aplique la justicia y se aplique en todos los casos y sin excepciones es tranquilizador.

-Esa imputación de la Infanta, ¿marca un tiempo nuevo para la monarquía?

-Aunque la monarquía se haya mitificado muchas veces, no somos un país medieval. La monarquía ya de por sí es una institución poco actual y algo folclórica dentro de nuestros registros democráticos, a la que se le supone una funcionalidad. Pero la nuestra no es una monarquía alauita, debe someterse a la norma democrática y a la igualdad de todos ante la ley, no puede permanecer al margen de la legislación ni de la exigencia del derecho.

-¿La lógica económica ha borrado por completo otros discursos públicos, como el político?

-La lógica económica es en sí misma política. La economía no es una ciencia como la física o la química, no es algo objetivo, y constituye el reflejo de unas relaciones sociales. Perder de vista la dimensión social de la economía es no entender la economía misma, que por sí sola no implica una necesidad como sí ocurre con la ley de la gravedad. A tenor de la interpretación que se haga de la vida social y los valores que se quieran potenciar, la economía tendrá unas razones u otras. Es verdad que la economía tiene unos mecanismos técnicos, hay que saber cómo funciona, pero ello no implica desentenderse socialmente, debe estar orientada por una cierta visión política.

-¿En la pérdida de hábitos que vivimos actualmente influye el cambio tecnológico?

-Algo tiene que haber influido. Internet abre posibilidades extraordinarias al ya educado, pero puede convertirse en un obstáculo para el que está en vías de educarse. A mí en internet me falta destreza tecnológica, pero me da acceso a muchas cosas. En cambio, alguien que ha crecido en ese entorno, que está muy familiarizado con él pero carece de los motivos y de los argumentos para buscar en internet, simplemente recibe lo que el medio le da, y la mayoría de lo que corre por internet es publicidad. Entre eso y que todo es gratis, terminaremos en manos no sólo de los pequeños piratas que se bajan el trabajo ajeno, sino de los peores filibusteros, tipo Google, que se quedan con todo y que desvirtúan los contenidos.

-El ministro Wert defiende que la educación no debe quedar al margen de la ideología y los jóvenes del PP desatan una cruzada contra la ideología en las aulas. ¿En qué quedamos?

-La educación no es mera instrucción, quiere transmitir valores, formas de vida, de convivencia política. Durante mucho tiempo, educar en valores era el objetivo prioritario de la educación. Cuando esos valores se han hecho mayoritariamente progresistas y democráticos, hay una reacción en contra. Los mismos que durante mucho tiempo se obsesionaban con educar en valores, y entendía por ello una transmisión de catecismos, critican el adoctrinamiento cuando dominan los valores laicos, críticos, los propios de la Ilustración. A los jóvenes hay que adoctrinarlos, la antropofagia no es una variedad gastronómica como cualquier otra. Cuando se dice que sólo los padres pueden transmitir valores hay que replicar que no. Uno de los primeros objetivos de la educación es no condenar a los hijos a no tener más valores que los que les están transmitiendo los padres, que la sociedad tiene muchas vertientes y que pueden elegir entre un menú mucho más amplio del que les pueden dar en casa. La sociedad democrática educa en defensa propia, la pautas de convivencia hay que argumentarlas y transmitirlas. Eso es una doctrina, pero hay que transmitirla porque es imprescindible para vivir en democracia. De lo contrario, valores que van contra la democracia como la intolerancia, la homofobia o la intransigencia religiosa nos llevarían a una teocracia a lo saudí.

-Usted se confiesa un filósofo asistemático, ¿cómo lo ven en el círculo intelectual?

-Cada uno tiene sus objetivos. Hay filósofos tan respetables como Hegel que querían una filosofía como sistema. La mía no lo es, entre otras cosas porque yo no soy un filósofo con mayúsculas. He sido un profesor de Filosofía, un escritor interesado en temas filosóficos. Pero esa pretensión de sistematizar la filosofía me recuerda aquello que decía Nietzsche de que "hay quien quiere hacer su vida en verso consonante". Yo la he procurado escribir en verso libre.

-Un hedonista como usted, dado a los placeres de la buena mesa, ¿cómo cree que hemos podido llegar a lo que denomina la "gastrolatría"?

-Todas las formas de cursilería me fastidian. Chesterton decía que lo malo de las sociedades que renuncian a las grandes virtudes es que empiezan a magnificar las pequeñas. De pronto, elegir una marca de vino o que un planto tenga un nombre raro y una apariencia científica se ha convertido en un valor absoluto. Precisamente porque me gusta mucho comer, me fastidia la idolatría de la gastronomía y eso de decir que la cocina es un arte. La cocina es otra cosa, tan imprescindible como el arte pero diferente. Sería como afirmar que me gusta tanto follar que voy a convertirlo en deporte olímpico. Hay mucha cursilería fruto en el fondo del abandono de otras formas más elevadas de arte, de enriquecimiento hedonista de la vida, como puede ser la literatura.