"Nunca entendí la figura del diseñador. Creo que la ropa debe hablar de tu trabajo. No hace falta ser un personaje", dice quien tuvo fama de esquivo y discreto hasta la patología. Nunca o casi nunca acudía a entregas de premios (ni siquiera cuando le premiaban a él) y raras veces se dejaba fotografiar. En una época, los primeros noventa, en que los creadores, de Margiela a Jil Sander, sumaban adeptos a golpe de rigor y anonimato, la historia de Helmut Lang sirve para contextualizar el cambio que se produjo en la industria en aquellos años o, mejor dicho, es la crónica de la muerte de la moda tal y como la conoció el siglo XX.