Granjas, naves, incubadoras, comederos, cuadras… Perros fieles que dormían en el descansillo de la escalera y que sorteaba sigilosamente, casi sin respirar, para que no despertaran ni turbaran la calma de la casa. Pollos, conejos, cerdos, gatos, canarios, jabalíes, tortugas, gusanos de seda, incluso un mono que nos trajo nuestro tío capitán de la marina mercante poblaron mi infancia. Me producían una mezcla de compasión y asco; era como si al sentirme impotente ante su desamparo prefiriera desentenderme de su existencia.