Fui al mercado a comprar pasta fresca. El puesto es pequeño pero suculento, tienen raviolis frescos de pera y gorgonzola. Estaba a punto de pedir cuando llegó un chavalito de 7 años con un billete de 20 euros para comprar mozzarella. Le cedí el paso, anestesiando maternalmente mis prisas de mujer de siete cabezas. Por fin el dependiente con pinta de jefe me estaba atendiendo y llegó un varón adulto que le preguntó si tenían mozzarella. Él corrió a atenderlo con la excusa de que había mandado a alguien al almacén para completar mi encargo.