Al anochecer, cuando las luces se apagan, hay una ventana frente a la mía que no duerme. Queda enmarcada por dos arces, sin cortinas, y deja entrever una escena bañada de luz amarilla: una mesa y a un hombre reclinado sobre ella. Estoy demasiado lejos para distinguir su cara, pero en cambio vislumbro la actitud, que es la de alguien que busca.

Hay concentración y movimiento lento; decido que es un artista. Que trabaja con obstinación definiendo las siluetas y sombreando el paisaje, acercándose y alejándose del papel. Y me siento afortunada de tener una ventana de dibujante en mi paisaje nocturno.