Cada 11 de marzo Eduardo, exinspector de Policía, se sienta un buen rato en la estación de Atocha en su particular homenaje a las víctimas del mayor atentado terrorista de España. Como él, otros nueve ciudadanos anónimos se convierten en testigos excepcionales de una tragedia de la que mañana 11 de marzo se cumplen diez años y que resumen en dos palabras: silencio y generosidad.
Cada vez que Eduardo piensa en la estación de Atocha la recuerda en blanco y negro. Este policía de los antidisturbios fue de los primeros en llegar a Atocha, testigo directo de un escenario «dantesco» del que le llamó la atención el silencio, solo interrumpido por las llamadas a los móviles que nadie descolgaba. «Parecía una película de zombis», recuerda Eduardo, al mando de un grupo de agentes que recogieron cadáveres y los transportarlos en cadena, «sobrepasados» por unos acontecimientos de los que «no fuimos conscientes» hasta el mediodía. Cuenta Eduardo que los días posteriores se despertaba y tocaba a su hija, de dos años, para comprobar que «estaba entera».
A una distancia de apenas unos metros el sanitario del Samur Juanjo Carricoba, a punto de volver a su casa tras una guardia de 16 horas, fue uno de los pocos efectivos de emergencias que atendió a los heridos del vagón que explosionó en la calle Téllez. Fue consciente de que no había manos para atender a tantos heridos. Sus compañeros y él eran el único recurso sanitario en el escenario de esa cuarta explosión de los trenes. Pero contaron con la «generosidad» de los vecinos. Todo servía. Cinturones de gabardinas y correas para hacer torniquetes, puertas para improvisar camillas... Carricoba sintió «rabia e impotencia» por la sinrazón de un atentado contra personas totalmente inocentes.
Precisamente uno de esos vecinos fue Francisco José Delgado, más conocido como Pacojó. Como le contaron después, este periodista deportivo, que creyó que informando también ayudaba, fue el primero en contar que había muertos. No se siente orgulloso por ello. Poco después, el periodista que lleva dentro dejó paso al ciudadano solidario.
Juan Antonio Ortega acababa de sentarse en el tren en la estación de Santa Eugenia cuando una bomba explosionó en el vagón donde viajaba. Ir sentado le salvó la vida. Muchas veces ha pensado que volvió a nacer y que algo o alguien no le dejó morir porque tenía que continuar «para hacer algo». Pudo ver cadáveres sin cabeza, mutilados... Escenas que no olvidará. Juan Redondo es uno de los 136 bomberos de Madrid que actuaron. Vio lo más «cruel» del ser humano, pero también su grandeza, traducida en solidaridad, ayuda y buenos sentimientos. Con una amplia experiencia en atentados terroristas, Redondo todavía conserva la fotografía, algo más diluida, del tren que explosionó en El Pozo, de dos pisos. Solo puede definirlo como «brutal y sanguinario».
José Luis Partida apenas llevaba 4 meses trabajando como conductor de autobús de la EMT. Aquel día le tocó la línea 85. En su autobús trasladó a heridos menos graves, afectados por cortes y por el ruido de las explosiones, al hospital Clínico. «Imponía su silencio», rememora Partida. Nadie decía nada. Parecían «estatuas». Estaban en estado de shock. «Nada les interrumpía de ese estado», prosigue este conductor al que apremiaba la Policía para que acelerara lo que pudiera para llegar cuanto antes al hospital.
Carlos Resines es jefe de Traumatología del hospital 12 de Octubre. Recuerda que nada más conocer la tragedia, una «avalancha de bienintencionados profesionales» se ofrecieron para atender a los heridos. Una generosidad que mostraron también muchos pacientes, que se daban de alta a sí mismos para ceder las camas que ocupaban. Los atentados del 11M dejaron heridas psicológicas que atendió, entre otros psicólogos de Emergencias, Mónica Pereira. En el IFEMA, desde el teléfono 112 o en los domicilios particulares, Pereira se centró en esa labor. Y si algo recuerda especialmente es el agradecimiento de todos aquellos a los que atendió. «Me quedo con ese agradecimiento», resalta emocionada.
«Que no se olvide lo que pasó». Este es el titular que del periodista de Sucesos Francisco Javier Barroso daría hoy, diez años después de la masacre. Asegura que nunca olvidará ese «carrusel sobrecogedor» de imágenes que pasaron por su retina en la estación de El Pozo. Un año después, Barroso volvió a El Pozo. No pudo evitar llorar. A Marcos Moreno el 11M le arrebató a su padre. Marcos recuerda esa búsqueda de su padre por los lugares de las explosiones y por los hospitales, en unas horas de «auténtica locura» hasta que le localizaron, en coma, en el 12 de Octubre. Dos eternos días en el hospital, «sin podernos despedir de él, sin saber si sufría o no. Fue una horrible espera de lo inevitable».