En cada cena veraniega surge un alma caritativa que, para disculpar la corrupción rampante de los políticos, concluye que «cobran muy poco». Suele ser alguien que gana más que ellos, y que además se centra en el salario bruto que difunden las instituciones tramposas. Esta percepción omite las infinitas prebendas paralelas que se ha autoadjudicado la clase política, a fin de doblar su remuneración teórica. Los bipartidistas idearon un mecanismo para ganar poco a poco auténticas fortunas. Ahora, se suprimen algunos excesos y el PSOE obliga a los altos cargos de Zapatero a renunciar a los 80.000 euros anuales que perciben por haber sido altos cargos, viva la tautología. Los políticos no han sufrido un arrebato ético. Renuncian antes de ser descubiertos por una ciudadanía que ha perdido la paciencia y que se pregunta por qué un parlamentario cobra cada vez que se reúne el Parlamento.

El comensal que defiende a los políticos que ganan poco a poco cita siempre el ejemplo del presidente del Gobierno, aunque pronto no conoceremos al actual. Compara desfavorablemente al inquilino de la Moncloa con el presidente de un banco y sus millones de euros anuales. La solución a tan contradictorio panorama queda en suspenso, porque el mismo denunciante señalará unos vasos de vino más tarde que la presión impositiva se ha hecho insoportable. ¿De dónde saldrá el sueldo mejorado de los gobernantes? La solución es la contraria: rebajar las percepciones astronómicas de los responsables de entidades financieras antes de que su codicia personal precipite a sus bancos en la insolvencia de la que deberán ser rescatados por el contribuyente que paga el mísero sueldo de los gobernantes. Por no hablar de la puerta giratoria que comunica ambos mundos, de quien cobran Elena Salgado, Aznar o González. En fin, el comensal ignorante de que los políticos ganan poco a poco asegura que, si cobraran más, robarían menos. Sin embargo, la crisis evidencia que los delitos son proporcionales a los sueldos.