Negro el carbón y negro su futuro. El medio centenar de mineros -no son más de 75 en el norte de Palencia contando a los que están de vacaciones o de baja por enfermedad- se aferra a un encierro a 500 metros bajo tierra como única tabla de salvación para que la minería siga viva más allá de 2014. Quieren defender, si hace falta con su ya quebrada salud, un modo de vida y una estirpe laboral cincelada a base de sudor, polvo y una intensa humedad que se percibe hasta en el último de los huesos.

«De aquí no nos sacan vivos si no es con un nuevo Real Decreto firmado. Nuestros sueldos deben quedar garantizados sin el problema que llevamos acumulando dos años. Sindicatos y Gobierno van de la mano pero aquí abajo nadie nos trae nada que nos valga y el empresario dice que no vende carbón y no paga». Así lo expone alzando la voz y dando un puñetazo sobre una plancha de metal Manuel Liñares, 25 de sus 44 años en la mina.

Le quedan dos meses para prejubilarse y su veteranía hablando alto y claro le confieren el sello del minero que no se arredra ante nada. Junto a él, un ambiente aderezado de tensión, temor e incertidumbre que se vislumbra en el conjunto de la comarca. El sustento diario pende de un hilo para unos 160 trabajadores de minería entre el único pozo de interior, una explotación a cielo abierto, transporte, contratas, lavaderos, administración y una planta de áridos del grupo Unión Minera del Norte (Uminsa).

Bronquios maltrechos, hernias discales operadas que dan guerra, problemas musculares agudos, fiebres y gastroenteritis no parecen ser un obstáculo después de diez días de encierro. «Muchos compañeros no quieren dejar la medida de presión y se refugian en los vestuarios y duchas de las instalaciones exteriores para recuperarse y bajar de nuevo al interior. Pese a ello la moral sigue igual de alta que el primer día que entramos», apunta Eleuterio Harto, de 42 años y 22 de ellos como minero.

El lugar del encierro, a 1.254 metros de altitud, se ubica en la explotación conocida como «El Abuelo». Se trata de la única mina de interior de la provincia con amplias reservas de antracita en Velilla del Río Carrión (Palencia), a 106 kilómetros de la capital. Una inversión de 18 millones de euros por parte del grupo Uminsa, propiedad del empresario leonés Victorino Alonso, ha permitido que desde hace poco más de seis años sea considerada como la mina más moderna de Europa. La industria minera es vital para una comarca como la de Guardo-Velilla, en tiempos no muy lejanos con una riqueza industrial enorme en torno al carbón. «Todo podría quedar reducido a pueblos fantasmas como en otras zonas que tenemos cerca» explica Harto.

El progresivo reagrupamiento de los mineros de la Montaña Palentina después del cierre de los yacimientos de Guardo, Cervera de Pisuerga, Santibáñez de la Peña, La Pernía, San Cebrián de Mudá y Barruelo ha dejado en Velilla una explotación única en su género y de avanzada tecnología, donde se ha hecho una apuesta de futuro hace años impensable.

Miguel Collar, trabajador de 38 años y minero desde los 18, no ha conocido otro oficio que el de minero. «Si me quitan esto no sabría donde ir porque me falta experiencia en cualquier otro empleo. Aquí puedes ser un obrero muy especializado pero fuera no te sirve de nada», dice, al tiempo que observa con emoción algunos de los dibujos que los hijos de los mineros -él tiene dos- les han hecho llegar al fondo de la mina en señal de apoyo. «Toda una comarca se ha volcado con nosotros, nos llega comida, ropa de abrigo y mensajes de solidaridad. Saben lo que se juegan porque si la mina falla todos los sectores económicos van detrás. Tal y como están las cosas en este país, ¿dónde íbamos a trabajar. Sin esto no somos nadie», se pregunta Collar. El trabajador subraya que cualquier revisión médica en una empresa evitaría su contratación.