Apenas pasamos las Navidades y poco a poco, pero sin concesiones, la Semana Santa se adueña del papel, las ondas y los mentideros capitalinos. No hay día sin noticia, reunión o discusión. Tenemos cartel de Bordell y magnífico este año. Abundan las tertulias. Se escriben los pregones. Se pergeñan las revistas y publicaciones para que los mismos temas sean artículos distintos cada año, o tal vez los mismos, pero distintos los lectores. Olvídense de promesas electorales, de la cuesta de enero, de si el cambio climático nos lleva a achicharrarnos o a una glaciación. Aquí, desde ya, solo importan las bandas, los recorridos, los pasos, las túnicas y los cirios (en sus dos acepciones).

Este año, también en Toro, cuya Semana estrena, flamante, la declaración de interés turístico regional. Así se ve al bueno de Angel, el presidente de sus cofradías, grande en tamaño y humanidad, aún más sonriente que de costumbre y que

va como levitando por las calles empedradas de su ciudad. Escribe sobre la Semana Santa de Toro, me dijo, hace ya más de un mes, cuando le di la enhorabuena. Y aunque le prometí hacerlo, no debió creerme del todo (lógico, habiendo sido yo político profesional antes que escribidor aficionado), porque el caso es que me ha llegado algún mensaje más suyo a través de comunes amistades. Pues bien, cumplo mi compromiso y además de mil amores y les animo a que este año Toro sea visita obligada. Yo pienso hacerlo, por sus procesiones y porque siempre es un lujo pasear por una de las ciudades más bonitas de España. Cada visitante sumará, además, para conseguir la edición de las Edades del Hombre que la Colegiata merece.

Al menos, para desengrasar, se ha reeditado uno de los más desternillantes libros que uno haya tenido el placer de disfrutar, casi diría de devorar, como lo hice por primera vez hará más de veinte años. El "Iros todos a hacer puñetas" de Miguel Martín. Lo vi en diciembre en un Vips madrileño y me pregunté si se vendería algún ejemplar fuera de Zamora, máxime conservando, como la editorial ha hecho, la misma ilustración que Summers hizo entonces para la portada. Pues vaya si se vende, hace unos días volví a verlo en un estante, abrigado con una bufanda que rezaba "2ª reedición". Miguel Martín, simulando caricaturizar una época de choque entre lo tradicional y lo "progre", hace una radiografía perfecta de lo más profundo de la idiosincrasia de la sociedad zamorana, donde los que presumen de más "rojos" son, con frecuencia, los más reticentes a cualquier cambio. La novela juega con perfiles y apellidos fácilmente reconocibles. Y sobre todo con hilarantes vicisitudes, inequívocamente nuestras.

El humor, desbordante hasta el esperpento, no obsta para que, con todo respeto, el autor recuerde lo que demasiadas veces se les olvida a cofrades y directivos: "Y sin embargo, una procesión es una cosa muy seria".

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