Una mujer murciana tuvo días atrás el atrevimiento de querer duchar a su hijo de ocho años contra su voluntad. Ni corta ni perezosa lo cogió bajo el brazo y lo metió vestido en la bañera. En esto que llegó el padre y viendo el humillante acto la denunció. Un juez sin escrúpulos acaba de darle la razón a la madre.

Que el niño era un guarrete está fuera de toda duda, pero que la madre le sometiera al tormento de ducharle sin su consentimiento es un verdadero crimen. A los niños de hoy hay que educarles de otra manera, sin cometer los atropellos del pasado. Antes por un quítame de ahí estas pajas tu padre te daba una colleja y se acabó.

Todavía recuerdo el dolor moral que mis progenitores me causaron cuando un día decidieron lavarme un pie para llevarme al médico. Me había torcido un tobillo. Mi madre me sentó en sus rodillas y sin contemplación alguna me sumergió el pie en una palangana con agua caliente y me restregó la extremidad con jabón. Jamás pude superar aquel episodio y aún hoy en día un escalofrío recorre mi espalda cuando lo pienso. Quizás por eso yo eduqué a mis hijos de otra manera. Cuando Nuria me decía con tres años que no quería ir a la guardería porque le dolía la tripita podría haberla cogido por la oreja y haberla llevado. Pero no. Yo le explicaba la conveniencia de asistir aun con dolor de tripa. Hija, te conviene la convivencia con otros nenes, aprenderás a desarrollar tus capacidades intelectuales. Ella me entendía y con su lengua de trapo respondía, tienes razón papi, tomo el aerored y voy porque si no quedo retrasada respecto a mis compañeros, además hoy vamos a aprender a dibujar la o.

A los niños hay que tratarlos con mano de seda. Mi hijo Fini estaba obsesionado con el fútbol. Si no le tenía cinco horas en el parque cogía un berrinche que parecía que lo estuviera matando. En vez de darle un azote le expliqué los perjuicios que jugar cinco horas al fútbol podían acarrearle. Mira hijo tus huesecitos están en formación y si te sobrepasas los desgastarás y el día de mañana tendrás artrosis como el abuelito. Además, tienes blanda la fontanela y si rematas de cabeza se te podría abrir la sesera.

Mi hijo comprendió y nunca más volvió a ponerse terco. A partir de entonces cuando sus amigos jugaban un partido él decía de forma responsable, yo sólo juego diez minutos porque si juego más se me desgasta la cadera y se me rompe la fontanela.

Nuria era un torbellino cuando se le antojaba un chicle en plena calle. Pataleaba, golpeaba las farolas? Más de una vez le hubiera dado un azote. Pero no. Recordando las torturas de mi madre cuando me daba con la zapatilla en el culo me dije, jamás seré como ella. Y le explicaba, Nuria, cariño, el chicle es un polímero gomoso que se obtiene de la savia del Manilkara zapota, contiene acetato, también se extrae del cuero de la vaca. No es bueno para tu salud, cariño.

Ella comprendía y aún con lágrimas en los ojos me decía, vale papi pues me tomaré el puré de verdura y luego cojo el chupete un ratito para quitarme la ansiedad. Nuria, hija, el chupete no, te deforma los dientes y cuando seas mayor vamos a tener que hacerte una ortodoncia o ponerte un aparato con lo que eso cuesta. Y ella, comprensiva y dócil, asentía, vale papi, pues me chuparé un dedo si te parece. Eran los momentos más difíciles. Cuando en cinco minutos tenías que decirle dos veces no.

Así los eduqué y hoy son dos joyas. Recuerdo entre lágrimas la única vez que le di un azote al niño. Puse la palma en pompa para hincharla de aire y que no provocara daños irreparables en su culo y ¡zas! Todavía hoy lloro aquel acto de extrema crueldad.