Comienza el Open de Australia de tenis y con él se me vienen a la mente el montón de giros que se emplean para decir que el jugador de un deporte lo hizo bien o mal, erró en el tiro o pasó la bola como si fuera un obús. Ocurre en todos los deportes y a menudo son simpáticos cuando no curiosos.

A los tenistas, por ejemplo, cuando están a punto de ganar un partido se les encoge el brazo. Le pasa como a unos calzoncillos de mala tela que al lavar se quedan en nada. Sería un hecho extraordinario si no fuera porque no cobran por la minusvalía. Aún así estos mancos de ocasión, con el brazo encogido y todo son capaces de lanzar un globo y que éste pase por encima del rival sin pincharse.

Los árbitros de fútbol cuando pitan un penalti se cobran una pena máxima. Es como si le pusieran precio a una condena a muerte. En este deporte de masas el arquero se coloca bajo los palos, pero de forma incomprensible no lleva flechas en el carcaj. El ariete empuja el esférico con la cabeza contra la puerta rival sin percatarse de que para abrirla casi es más fácil tocar al timbre. No digo nada del cancerbero, que ni es un perro ni la puerta que guarda echa humo como la del averno.

Claro que hablando de fútbol no cabe duda de que el mejor cancerbero de un equipo es el autobús. Los entrenadores que lo colocan delante de su portería para que no le metan un gol tienen media carretera hacia la victoria andada.

Los nadadores expertos hacen los cien metros espalda sin tropezarse con nadie en su camino. Lo curioso es que, aunque pudiera parecerlo, no llevan retrovisor. Más fácil lo tienen los que nadan a mariposa. Lógicamente pueden atravesar la piscina de un vuelo sin tocar la superficie con sus alas.

Los gimnastas hacen el Cristo cuando estiran sus brazos en las anillas. Algún espectador podría pensar que para que le den una nota de diez habría que colocarle una corona de espinas en la cabeza. Claro que también saltan el potro sin necesidad de que el bicho ni su madre la yegua esté presente.

Los buenos tiradores de pistola o arco donde ponen el ojo ponen la bala o la flecha. Menos mal que no ponen la bala o la flecha donde tienen el ojo.

El baloncesto es un deporte mucho más sucio y que precisaría una estrecha vigilancia. A menudo se roban la pelota unos a otros como si fueran chiquillos, pero la Policía nunca interviene.

Los saltadores hacen un doble o un triple tirabuzón al lanzarse a la piscina, pero no llevan al trampolín al peluquero. Incluso muchos de ellos son calvos o llevan gorro de goma.

Los sufridos ciclistas cogen la pájara sin llevar en el manillar pajarera alguna, ni liga ni jaula en el trasportín. Claro que cuando suben un puerto derrapan sin caerse a la cuneta.

En el ajedrez, deporte de mesa violento donde los haya, el jaque mate al rey es la jugada culminante. Los no iniciados pensarían que se trata de darle una puñalada trapera a su majestad don Juan Carlos. Nada más lejos de la realidad. El peligro de la Corona no deviene de este juego.

En el dramático boxeo los contendientes a menudo bailan y gesticulan graciosamente esquivando los golpes del rival. Quizás el sitio de los púgiles estaría más en el programa "Mira quien Baila" haciendo compañía a Anne Igartiburu.