Estamos criando cuervos y nos sacarán los ojos. Los niños de antes para dar rienda suelta a nuestros instintos animales nos pintábamos la cara con un corcho quemado. Luego nos apuntábamos al corazón con la rama de un árbol como escopeta y disparábamos con la boca, bang bang. Los de ahora nos apuntan con el móvil y disparan con el puño. Da igual que la víctima sea mujer, niño, disminuido síquico o físico. Es la moda.

Un niño que se precie debe de tener grabada en la carcasa de su móvil la muesca de una paliza. Un horror. Leía con pánico los golpes que una manada de niños propinaron a una señora en Medina del Campo. Madre de Dios. Veinte energúmenos pegándole a una señora sola y desamparada. Qué valentía. Lástima no les hubieran dado una patada en el culo y les hubieran mandado de cabeza a refrescarse al Zapardiel.

Me parecía a mí pacífica la ciudad castellana. Y seguramente lo es. Pero que aparezca en los telediarios por estos cafres le hace flaco favor. Mejor hubiera sido que todos escribiéramos hoy para ensalzar su cochinillo asado y sus cagadillas de gato. La mar salada.

Siendo brutal la actitud de estos fardos de basura, a mí me impresionó aún más la de cinco vasquitos de mierda. Valientes idiotas. Estos eran mayores en edad. De veinte años o así. Pero igual de cobardes. Raparon con tijeras y cuchillas de afeitar las cejas y el pelo de un disminuido síquico. El crimen fue en Portugalete. Seguro que su víctima sintió el ataque más en el corazón que en la cabeza. Se defendió, lloró de rabia e impotencia, pero no le sirvió de nada. Sólo para que le cortaran el cuero cabelludo. Luego, como un Ecce Homo, después de grabarlo en el móvil y colgarlo en la red, lo abandonaron como a un perro.

Maldito el vientre que los engendró. Perdone, señora, pero qué bazofia, qué criminales echó usted al mundo. Pero qué hemos hecho mal para que estos niñatos imberbes y trotamundos crean que sus cobardías son hechos dignos de cantar en internet como si fueran las gestas de Rolando. Qué, para que se vanaglorien de ello. Qué pasa por sus cabezas desamuebladas como solares áridos pelados de cualquier punto de sosiego y vergüenza.

Desde luego que los padres y la sociedad en algo hemos metido la pata. La cultura del esfuerzo, del respeto y el trabajo ha dado paso a la adoración del becerro de oro: la cama, la verbena y el botellón. Desgraciadamente ahora le vamos a dar más alas. No habrá que estudiar para aprobar. No habrá que hacer nada. Lo importante es que viva la Pepa.

Ya nos hemos situado los primeros de Europa en el fracaso escolar. Cuando demos aprobado general caeremos en el error de creer que somos los más listos. Pero vivimos en la sociedad de la información, en la aldea global. Cuando comparemos nuestros conocimientos con los del vecino, lo único que podremos exhibir sobre la mesa es el móvil, las navajas y el estado de permanente ira de nuestros menores. No, no está de moda la educación ni el tocarse el ala del sombrero para saludar a una dama. Mola escupirle a la cara, como le escupieron a otra deficiente en el metro de Barcelona "porque era fea". El valor se mide en hostias y la prudencia se cuece en la olla del desprecio. Mala cosa cuando incluso los padres disculpamos la actitud de los monstruos sosteniendo que son ángeles.