Los domingos, pasada la hora de la comida, se tiñen de melancolía. Y cuando, llega la noche, y se acerca el momento de irse a dormir, apenas quedan huellas de la libertad del fin de semana, porque la atención ya está centrada en el camino de un nuevo tramo laboral. En ese momento, puede sonar el teléfono, y tener que incorporarse con urgencia al trabajo, mucho antes de que llegue el lunes. Les sucede a los Técnicos Especialistas en Desactivación de Artefactos Explosivos, TEDAX, y, cuando eso ocurre, hay que despedirse de la familia, e incorporarse al curro.

La noche de Logroño debió ser muy larga. Según la información facilitada por el Ministerio del Interior duró, desde pasadas las once de la noche del domingo hasta las siete y media de la madrugada del lunes. Ocho horas nada aburridas y llenas de tensión, en un trabajo que requiere tanta rapidez como prudencia, tanta celeridad como calma.

Mientras la ciudad duerme, o dormita ante los programas nocturnos de televisión, o combate el insomnio con el recuento de ovejas o las técnicas siempre mal aprendidas de la autorrelajación, hay unos tipos que tienen que emplear sus cinco sentidos y todos sus conocimientos en tratar de desmontar un aparato mortífero que no está diseñado para felicitar las pascuas. No, no me voy a poner épico, ni siquiera modosamente lírico. Me consta que disponen de sofisticados medios materiales y tecnológicos, y que no se trata de que un tipo, con unos alicates en la mano, a pecho descubierto, corte un cable a suerte o verdad. Pero tiene mucho menos peligro escribir este artículo. Y nadie te presiona. Y lo puedes hacer en casa, sin que tu familia, que te ha visto salir, no sepa cuándo volverás y hasta sospeche, allá al fondo, en las desconfianzas precautorias, que puedes no volver.

En la larga noche de Logroño, unos tipos que ganan un sueldo bastante normal, estuvieron de vigilia para que los demás despertaran y se incorporaran al nuevo día sin sobresaltos.