Ha cambiado las armas por la cruz. Matilde de Luis, es una joven que con 26 años ha dado un importante giro a su vida. En menos de un año ha pasado de ser soldado profesional y realizar misiones a Kosovo, a ingresar en el convento de clausura de Las Clarisas en Salamanca.

Con naturalidad y una gran sonrisa, reconoce que la decisión no fue instintiva, sino que la meditó con tranquilidad. En el año 97 sintió «la llamada», cuando su abuela se encontraba ingresada en un hospital y conoció a una religiosa que cuidaba en la cama de al lado a otro enfermo. La mujer le invitó a realizar una primera experiencia. En ese instante, según recuerda, le dijo que ella no quería encerrarse, «de eso nada», afirmó.

Sin embargo y al contrario de lo que pensaba, en vez de olvidarlo seguía en su mente y le atraía. Ella siempre se sintió católica y practicante, pero según explica, cuando escuchaba la eucaristía, «tenía una capa» que no dejaba que Dios entrara en ella.

Matilde comenzó en el ejército en diciembre de 1999 y ese era el sueño al que aspiraba, aunque tal y como confiesa, la llamada del señor seguía viva.

Entró con la ilusión de «cambiar el mundo» y tuvo la posibilidad de hacerlo en una misión a Kosovo, en un puesto de operador de transmisiones. Esa experiencia le valió de mucho, aunque no fue como imaginó, ya que en su puesto apenas tenía contacto con las personas, los niños. Entonces fue cuando se dio cuenta de que no podía cumplir con sus propósitos, que no podía ayudar nada, por este motivo intentó mejorar el círculo de su alrededor, a sus compañeros, para finalmente darse cuenta de que el cambio tenía que hacerlo ella primero.

Matilde recuerda esos tiempos como felices, al contrario de lo que se pueda pensar. Cuando decidió ingresar como monja de clausura, sus amigos y familiares lo primero que le preguntaron fue: «¿qué te ha pasado Mati, para tomar esa decisión? Seguro que algo gravísimo, me tienes preocupada». Sin embargo, ella estaba a gusto con su vida como militar, pero sentía que le faltaba algo, porque según relata, «no estaba haciendo la voluntad de Dios cuando había tenido la experiencia del amor de Dios en su vida» y esto le dolía, reconoce.

Aún así, cuenta bromeando que intentó «negociar con el Señor», diciéndole que hacía su voluntad, pero si coincidía con la suya propia, una negociación que ganó el Señor. Esta religiosa explica que Dios le dejó «total libertad» para elegir ya que no le puso pruebas ni lo pasó mal durante su etapa anterior, sino todo lo contrario.

Ante la posible incomprensión de su decisión en el exterior, Matilde cuenta que lo que ven desde fuera es que está encerrada, porque no se conoce la clausura, como reconoce que le pasó a ella misma. «Todo el mundo piensa que esto es oscuro», afirma, pero dentro del convento, la luz entra por todas partes y «es vida lo que hay en el interior», añade.

Matilde asegura que «los barrotes no le quitan libertad» ya que en su opinión la libertad se la quitaba ella misma cuando no hacía lo que sentía y era «ir contra la voluntad de Dios», por eso no era feliz, confiesa.

Ni Matilde ni sus 16 hermanas pueden salir al exterior, excepto en caso de enfermedad, ni mantener contacto con nadie de fuera sin unos barrotes por medio. Ya no puede abrazar a sus cuatro hermanos ni a sus padres, solo darle la mano a través de las barreras y según manifiesta, no se siente triste, lo asume y está satisfecha con verlos.