Nunca ha comprendido el desaforado amor de muchos por las lenguas, por los idiomas, en plural y cuantos más mejor. Me refiero a eso de que cada idioma es un riqueza mundial que por nada del mundo podemos permitir que se pierda. Me refiero a lo que acaba de decir -bien es cierto, que pensando en coyunturas patrias bien distintas- el ilustre García de la Concha, recién jubilado de la Universidad de Salamanca aunque injubilable al frente de la Academia de la Lengua, quien se declara partidario de "promover el bilingüismo real, no la diglosia que establece la superioridad de una lengua sobre otra", en referencia a las regiones españolas donde tienen otro idioma co-oficial. Pues a mí, con todos los respetos, me parece mejor el monolingüismo. Pero no porque unos idiomas me parezcan mejores en sí mismos que los otros, sino porque la superioridad que me importa es la del número de usuarios. Es decir, considero mejor que prevalezca un idioma, el que más gente habla. En España prefiero que domine el español que todos entendemos. En Occidente, el inglés, que es el que más gente domina. En el mundo, el chino mandarín, que debe de ser el que más número de hablantes tiene. Mi sueño es justo el contrario de tanto y tanto ardoroso defensor de todas las lenguas, aunque no las hablen más que cuatro o ni eso: un único idioma mundial, para que todos podamos entendernos y caigan de una vez esas últimas fronteras. Algo que por lo demás será el futuro, si es que esta especie tiene algún futuro.

No deja de ser chocante -o significativo- que este país recule en todo lo que el mundo en su conjunto avanza. Se desdibujan las fronteras internacionales ante el ímpetu de la globalización, y nosotros redibujamos las de vetustos territorios medievales. Se impone la búsqueda de lenguas francas, con vocación universal, y aquí desempolvamos dialectos o idiomas que ya no habla casi nadie. ¿Vértigo ante la globalidad o estrechez cerebral tras muchos siglos de llevar boina apretada? Cualquiera sabe. Pero de todos los debates estériles de este país, el de las lenguas se me hace particularmente cuesta arriba. Un idioma no es más que un medio de expresión, un instrumento para comunicarnos con los otros. Así que su excelencia está en relación directa con el número de esos otros. ¿El mejor idioma? El que más gente hable. Y todo lo demás, o ganas de enredo

o rancio aldeanismo.

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