Bien, muy bien la iniciativa municipal de colocar bandas rugosas o resaltes sobre la calzada en varias calles de la capital, especialmente en las inmediaciones de los centros escolares. Creo que éramos una de las pocas ciudades que carecían de este sencillo recurso para obligar a los conductores a levantar el pie y respetar los límites de velocidad en zonas sensibles. Además se ha elegido un modelo actual, de quita y pon, que no impide que las bandas sean retiradas en minutos y con poco esfuerzo para, por ejemplo, habilitar de forma puntual las calles para el paso de una carrera ciclista o por cualquier otra eventualidad que así lo requiera. ¿Sería por dinero? Es igual. Todo un acierto, si bien de momento se nota que no estamos familiarizados con estos artilugios y los vehículos no sólo aminoran la marcha para rebasar esas bandas, sino que la mayoría prácticamente se detiene. Se gana mucho, todo, en seguridad, pero también es verdad que tal y como está el tráfico, esas retenciones añadidas contribuyen a que, en zonas determinadas, los atascos sean casi permanentes y no sólo en las horas clásicas.

Porque un poco por las obras, otro poco por la habitual concentración masiva de vehículos en el centro urbano y también porque no se han corregido defectillos en la organización del tráfico rodado (ya comentados en otras ocasiones), los atascos circulatorios y las retenciones que antes eran casi monopolio de los viernes, son ahora pan diario en ejes fundamentales de la ciudad. Carezco de los conocimientos necesarios para decirle a don Jesús Rodríguez, concejal de la cosa, cómo remediar este caos; o para insinuarle a don Ezequiel González, jefe de la Policía Municipal, cómo ha de organizar el tinglado. Pero sí puedo dar fe, como simple ciudadano, de las largas colas de coches que se producen casi a diario en la calle del Riego, donde la Puerta de la Feria sigue siendo un tapón, a la espera de la anunciada rotonda; en la calle Villalpando, desde la misma cuesta del Bolón hasta la Plaza de San Lázaro, ya que la Morana está cerrada por obras; en la Ronda de San Torcuato, en Obispo Nieto, en San Andrés, Martínez Villergas y San Pablo...

Bueno, al follón de la Plaza del Mercado habría que echarle de comer aparte. Mientras no se acometa la remodelación de la zona y se organice la carga y descarga y el aparcamiento en superficie, el caos parece inevitable. Pero quizá no lo sea tanto la salida hacia la zona de la Plaza de la Marina: la escapatoria hacia esa zona es obligada por Traviesa, Cortinas de San Miguel y, ahí está la madre del cordero, por la calle Ulloa Pereira, donde al final espera un semáforo para salir a la avenida de Portugal que apenas da paso a tres o cuatro vehículos en cada ciclo (y eso si en la avenida, al girar hacia la Farola, en ese momento no están cruzando peatones, que tienen vía libre y preferente). A este problemilla, al que ya he aludido otras veces, hay que sumar el bloqueo frecuente de la calle por quienes aparcan al lado izquierdo -prohibido-, con medio coche sobre la acera o donde les cuadra, en doble fila, atravesados, en las esquinas... No, la cosa no se arregla sólo con unos paseos de la grúa por la zona. Hay que hacer algo más. A ver si don Ezequiel, antes de jubilarse, nos hace este regalo de despedida, que los ciudadanos se lo tendremos en cuenta en la hora del homenaje. Saludos cordiales. (Otro día hablaremos de las señalizaciones informativas).