Según cuenta la leyenda del mítico y extinguido territorio de las Españas, hubo un momento, en el último tramo de su historia, en que el primer partido de la oposición se echó al monte. El jefe de la partida, a quien llamaban "el Registrador", convocó un buen día a sus más fieles seguidores:

-Angelito, Eddy y los demás: nos echamos al monte porque ya no podemos fiarnos de este mindundi que nos birló las últimas elecciones. En cualquier momento nos da el tiro de gracia para cuarenta años. O si queréis que suavice mis palabras, he perdido toda confianza en él y no quiero que nos líe con esa sonrisita suya y su cara de no haber roto nunca un plato. Se acabó. Rompemos con todo. Coged lo imprescindible y nos vemos en el monte.

Gallardón alzó la mano:

-Oye, Mariano -era de los pocos que lo llamaban siempre por su nombre de pila.

-A ver, Albertito, qué te pasa ahora...

-Con todos los respetos, a mí no me gusta vivir al aire libre y sin comodidades.

-Pues no veas a mí -dijo Piqué.

El Registrador contó hasta diez en voz alta. Después dijo:

-Acabaréis agotando mi paciencia legendaria. Os guste el monte o no, venís con los demás u os atenéis a las consecuencias.

-¿Cuáles? -preguntó el incauto Piqué.

-Tú te quedas sin Cataluña y Alberto sin Madrid.

-Jo.

-¡Ni jo ni ja! Nos vemos en el monte.

-Muy bien Registrador, así se habla, con firmeza y liderazgo -aplaudió su primer lugarteniente, Angelito Acebes.

Y a partir de aquel día, la muy nutrida banda en pleno de El Registrador prosiguió la guerra sin cuartel contra el Gobierno ZP a través de emboscadas parlamentarias y continuo hostigamiento en todos los terrenos a las tropas gubernamentales. En éstas empezó a cundir la preocupación y su mariscal de campo en jefe, el general Rubalcaba, se lo hizo saber al gobernante ZP.

-Esto se pone más tenso cada día. Hay que lograr que la banda de El Registrador baje del monte. Mis tropas están cansadas y carecen de la imprescindible tranquilidad.

-No te preocupes, Fredy. La guerra de guerrillas jamás venció a un ejército regular.

-Sí, bueno, pero desgasta y no nos dejan centrarnos en lo nuestro.

-¿Y qué quieres que haga? Por más mensajeros que les envío al monte para iniciar conversaciones de paz no hay manera. Dicen que no se fían y no quieren que hablemos. Yo opino que simplemente El Registrador teme que si hablamos le convenza. Y claro, si le convenzo ya me dirás qué futuro tiene al frente de los suyos.

Al mariscal Rubalcaba se le empezó a dibujar un diabólica sonrisa:

-Esa podría ser la gran idea.

-¿Cuál? -preguntó ZP algo asustado.

-Secuestramos al Registrador. Lo traemos a Moncloa. Y lo sometemos a una hora o dos de escuchar tus palabras sin que pueda replicar. Si lo convences, quedará desactivado.

ZP movió la cabeza negativamente.

-El remedio podría ser peor que la enfermedad. Si hacemos eso y trasciende, además del escándalo, provocaremos que deje de ser jefe de su banda y lo sustituya Acebes. ¿Te imaginas?

-¡Uf!

-Tendremos que aprender a convivir con esto. Díselo a nuestra gente. Los hostigamientos son molestos. Pero pensemos positivamente: mientras estén en el monte nunca podrán recuperar este palacio.

Y cuenta la leyenda que, en efecto, ZP gobernó, no sin sobresaltos, hasta que la banda de El Registrador, cansada de la dureza de vivir siempre en el monte, volvió a bajar al valle

y se reintegró en las instituciones.

De lo que no han quedado pistas es

de cuánto pudo durar esa etapa tan chocante de la célebre y única nación de naciones que llegó a haber en el mundo.