Se hizo muy popular la anécdota del pequeño gran actor Danny de Vito, tras pasar por un Madrid en pleno furor de obras urbanas:

-Espero que encuentren pronto el tesoro.

Ese dicho y más van a empezar a proliferar ahora en Zamora y a su alcalde lo perseguirán los chascarrillos que se ceban en Gallardón -como antes en su antecesor- o se han cebado en el alcalde de Valladolid, por mentar sólo dos ejemplos. Y es que la gente lleva francamente mal el trastorno que provocan las obras urbanas. La vida está hecha de múltiples rutinas que todas juntas dan seguridad, equilibrio a las personas, siempre en el fondo inestables e inseguras. Al margen de perjuicios concretos para algunos, las grandes zanjas callejeras alteran esas rutinas y eso es lo que las vuelven tan impopulares. El Ayuntamiento de Zamora, hasta ahora, se había ido "salvando" porque ninguna de sus obras había afectado a arterias claves del tráfico ciudadano. Transformó de arriba abajo el Casco Antiguo, pero es un lugar, como se sabe, virtualmente vacío. Otras obras, como las de la Horta, afectan a zonas concretas de barriadas y eso hace que las protestas, demasiado focalizadas, no trasciendan.

Pero ahora ha abierto Santa Clara, que es mucho más que una calle: es la continuación del salón de casa para buena parte de los zamoranos, es un pasillo cotidiano, un lugar de encuentro, el corazón de la ciudad que aún convive. Pueden prepararse el alcalde, su concejal de cemento, el resto de los ediles, cuando la ciudadanía paseante vea que la cosa no se cierra en dos días, ni en cuatro, ni siquiera en el plazo anunciado. Y digo esto último por dos motivos: ninguna obra con este equipo de gobierno acaba en el plazo anunciado y además han empezado en plena temporada de heladas. Pregunten a cualquiera que sepa un poco de construcción qué pasa con las obras que se inician en esta época.

Seguro que la calle quedará la mar de guapa, de eso estoy seguro. Pero si yo fuera el alcalde -o sea, el de verdad, Macías- estaría todo el día con el casco en la cabeza, Santa Clara arriba, Santa Clara abajo. Vigilando. Controlando. Metiendo prisa. Porque cierto es que nos han acostumbrado a todos los retrasos y a que los presupuestos iniciales de una obra tengan poco que ver con los finales. Pero hasta ahora ninguno había afectado al nervio más evidente de Zamora, ese por el que pasan todas las rutinas de buena parte de sus pobladores. O sea: un retraso ahí puede decidir unas elecciones. Así que más les vale hallar pronto el tesoro.

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