¿Será por salud o será por dinero? Ha transcurrido un mes desde la entrada en vigor de la cruzada oficial contra el tabaco y media España está soliviantada, inquieta y rebelde. Desde los hosteleros a los dispensadores de los estancos. Los menos nerviosos son los fumadores, cuando tienen razones médicas, somáticas y laborales para todo lo contrario. El debate, las polémicas y hasta los conflictos no están surgiendo por razones sanitarias y de observancia de la implacable ley de la ministra Salgado, sino en torno a la pasta, a los beneficios y a las pérdidas, como corresponde al mundo desarrollado y libre al que pertenecemos. Si de entrada fueron los propietarios de los bares, cafeterías y restaurantes quienes pusieron el grito en el cielo, tras un mes de experiencia las iras se han sosegado en este sector, porque la mayoría ha optado por seguir con los humos y los establecimientos grandes, los que tendrán que hacer obra antes del otoño, son escasos. Eso no significa que las asociaciones del gremio se hayan rendido, porque siguen pidiendo más plazos y ayudas al Gobierno para adaptarse a la normativa.

Pero ya digo que la hostelería fue la vanguardia de la protesta, porque la dichosa ley tiene muchas ramificaciones y casi todas se topan con la pasta. Los quiosqueros, los vendedores de prensa, chucherías y afines están que se suben por las paredes, porque al no poder dispensar cigarrillos se les han esfumado también la mitad de las ventas. Está claro que los márgenes comerciales del Fortuna y del Ducados son más golosos que los de los periódicos y revistas, que encima son un engorro con tantos achiperres como traen ahora adjuntos. El lunes, los vendedores cerraron un par de horas en algunas ciudades en señal de protesta. No se descarta la huelga

de quioscos y tiendas similares, aunque Hacienda les devuelva las tasas que ya habían pagado por adelantado para poder vender tan maligno producto. Pero, ojo, que quienes no tramiten la solicitud en forma y modelo oficial, no verán un euro de la devolución. Para dar el fisco es muy remiso, diga lo que diga la propaganda.

Los últimos cabreados son los estanqueros. Les ha pillado en medio no sólo la ley antitabaco, sino la guerra de precios entre fabricantes. La legendaria Philip Morris sorprendió a la competencia y a los consumidores con una reducción de tarifas de hasta el 20% en algunos de sus productos, para compensar así el último recargo tributario del Gobierno sobre los cigarrillos. Y, claro, se están viendo obligados a vender a pérdida el tabaco de esas marcas que tenían en la trastienda. Una faena. Porque la sorpresa ha sido grande, ya que los cigarros son como los pisos: no se recuerda que hayan bajado nunca de precio. Lo habitual es lo contrario. Todos conocemos las prácticas de algunos dueños de bares -los tabaqueros tienen menos capacidad de maniobra- que llenan la despensa y la bodega cuando parece inminente una subida de precios. Conozco a más de uno que ha hecho su agosto en enero, que es cuando suele haber cambios. Pero... cuidado ahora, no vayan a trizarse. Altadis, la antigua Tabacalera, responderá a los americanos con una reducción de tarifas importante en sus marcas más emblemáticas. Es la guerra. Aunque el Gobierno, con la excusa de defender la eficacia de la ley antitabaco, ya estudia una nueva subida del impuesto sobre el humo para frenar el pique entre las empresas. Al final, como siempre, la que saldrá ganando es Hacienda.