Las mujeres del monasterio Sancti Spiritus de Toro

La historiadora del arte y guía del monumento, Ana María de la Iglesia, expone en un discurso la historia en femenino del convento, desde Teresa Gil hasta las monjas más anónimas

Ana María de la Iglesia imparte una conferencia sobre las mujeres del Sancti Spiritus

Ana María de la Iglesia imparte una conferencia sobre las mujeres del Sancti Spiritus / Carmen Toro

Su guía, la historiadora del arte Ana María de la Iglesia Rivas, siempre remarca que el Sancti Spiritus el Real de Toro es un monasterio de mujeres y sobre ellas ha desarrollado una charla en que ha impartido recientemente en la Universidad de la Experiencia y que ha centrado en la historia de todas las mujeres del monasterio, no sólo de las "mujeres importantes", como las reinas o las damas nobles, sino también de algunas monjas para dar "visibilidad" a algunas de las hermanas que han vivido en él ya que, además del monasterio de Sancti Spiritus, existió el beaterio, que se ubicaba en la plaza de la Trinidad y, cuando se cerró por la desamortización, las monjas que estaban allí se trasladaron al Sancti Spiritus y de ellas, cuenta De la iglesia, hay una lista de nombres.

"Aparte de que todos conocen que lo funda Teresa Gil, lo manda construir María de Molina y vive Beatriz de Portugal", también vivió en él la infanta Juana, que fue hija de Carlos I de España y V de Alemania, y también la hermana de Felipe II, a la que, "como no le encontraban marido, estuvo recluida" en el monasterio durante dos años, de 1550 a 1552, cuando se casa en Toro, "por orden" de su hermano Felipe II, con Juan Manuel de Portugal, como forma de aunar ambos reinos. Se trata de una de las mujeres nobles que han habitado el monasterio y que han pasado más desapercibidas.

"Se casa en Toro y la ciudad recibe a Felipe II, pero el matrimonio dura poco" porque, según ponía en el libro, Ana María de la Iglesia relata que tenían que casarse con una condición: que Juan Manuel de Portugal cumpliese catorce años, mientras que ella tenía diecisiete. "Era mayor ella y el matrimonio duró sólo dos años porque Juan Manuel de Portugal muere por diabetes dos años más tarde y uno o dos días antes de que nazca su hijo", Sebastián I de Portugal, que llegó a reinar, aunque "muy poquito" tiempo porque "desapareció" en las Cruzadas y, posteriormente, la infanta Juana fundó las Descalzas Reales de Madrid.

Además, De la Iglesia quiso también recordar leyendas y anécdotas protagonizadas por las monjas. La historiadora del arte destaca una protagonizada por la "venerable" María de Acuña, que pertenecía a una de las familias nobles portuguesas que se asentaron en Toro con Beatriz de Portugal, "y todo su afán era ingresar como monja en el Sancti Spiritus", lo que llegó a conseguir. "Antes, te podían elegir priora del otro convento, no tenía que ser en el que vivías" y, a María de Acuña, la eligieron priora de un convento en Valladolid y "le tocó dejar" el Sancti Spiritus para irse a Valladolid, donde estuvo como priora durante tres años, hasta que se puso enferma y falleció.

Sus últimas voluntades, cuenta la guía, eran ser enterrada en el Sancti Spiritus, "así que se informó a la comunidad, fueron a buscarla, la trajeron custodiando el féretro y, cuando fueron a abrir el féretro para enterrarla en la sepultura, en el claustro, la leyenda dice que la venerable María de Acuña se incorporó, le dio las gracias a la priora del Sancti Spiritus y se murió otra vez".

Las hijas de los Ulloa también están enterradas en el monaserio porque allí profesaron como monjas, sor María, sor Juana y sor Brianda, explica la guía

Ana María de la Iglesia cuenta la historia en femenino del Sancti Spiritus y, tras ella, el sepulcro de Beatriz de Portugal.

Ana María de la Iglesia cuenta la historia en femenino del Sancti Spiritus y, tras ella, el sepulcro de Beatriz de Portugal. / Carmen Toro

En cuanto a las vocaciones que había, Ana María de la Iglesia relata que se conserva el libro de ingresos, en el que, empezando por adelante, registraban dichos ingresos y, desde atrás, lo hacían con las defunciones. La historiadora y guía relata que, a partir del siglo XIX, empieza a haber una descendencia de ingresos y un aumento de defunciones y, en el siglo XX, con la Guerra Civil, "se supone que debería haber un auge en los ingresos" porque, debido a la Guerra Civil y a la hambruna, "hubo gente que ingresaba porque era la manera de no pasar hambre y no morir", pero, en todo el siglo XX, solamente hubo 20 profesiones nuevas y once fueron sólo en la Guerra Civil. Y hubo un "problema" durante la República porque a una monja, sor Imelda, que falleció durante la misma, no se permitió enterrarla dentro del monasterio por orden del Gobierno de la República y "tuvieron la obligación de enterrarla en el cementerio municipal y, años más tarde, trasladaron los restos".

Por otro lado, De la Iglesia indica que hay dos anécdotas protagonizadas por dos mujeres. Una de ellas, cuentan los escritos del monasterio que "gastaba el día en la cocina y la noche, en el rezo". "Se le daba bien cocinar y era la cocinera" y dicen que oía a los malos espíritus o a los pequeños demonios, "que la atormentaban y la evadían de sus trabajos y de sus rezos" y, un día, rezando en la misa de Pentecostés, empezó a oír las risas de los demonios y unas voces que decían "verás las risas que nos vamos a echar cuando se enteren de la salmuera", así que la mujer salió del rezo de Pentecostés, se fue a la cocina y, cuando llegó, vio que toda la sal de los saleros estaba en la sopa", según explica De la Iglesia que está recogido en los becerros del archivo del monasterio; por lo que fue a avisar a la priora, que le dijo que cambiara la sopa por chocolate, concluye Ana María de la Iglesia.

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