El ladrón de arte más famoso del siglo XX perpetró el expolio de más de 600 obras de arte, hizo desaparecer una parte importante de ellas y otras acabaron terriblemente mutiladas. Sin embargo, los obituarios de René Alphonse Van den Berghe, que falleció este viernes a los 81 años, acompañan su desafortunado currículo con palabras de elogio hacia la persona que se escondía detrás del personaje: Erik "el Belga". Socarrón, irónico, escurridizo... Su buen talante, conocido durante casi tres décadas por los vecinos del malagueño barrio de El Palo, provoca una sonrisa y, al tiempo, un sudor frío al examinar su perturbador currículo.

Una memoria, sin duda, muy diferente de la que guardaría Eutiquio Garrote, el párroco de la Colegiata de Toro, desde que la mañana del 15 de mayo de 1981 descubrió un desfalco del "Belga" y su banda. Un boquete en la puerta que cierra el vano del Pórtico de la Gloria presagiaba lo peor: 32 obras de arte habían sido sustraídas de madrugada. La policía identificó entonces -hace ahora cuatro décadas- el estrambótico modus operandi. La determinación de los ladrones, cuyo objetivo era sustraer el singular Calvario italiano de marfil y carey, les hizo pasar por alto piezas mucho más valiosas de las que finalmente cargaron en el saco. Y a decir del experto José Navarro Talegón, aquel robo fue todo menos "de guante blanco".

Afortunadamente, el Calvario y otras piezas, que se custodiaban con acentuada ingenuidad en la sacristía de la Colegiata, regresaron a Toro sanas y salvas. No todas, eso sí. Aquel conjunto se valoraba entonces en más de cien millones de pesetas y, sin embargo, en el camino no había una sola alarma. Claro que el "Belga" y los suyos desconocían el extremo. Y cuando miraron a los ojos al Niño Jesús de la famosa Virgen de la Mosca, les entró el pánico y decidieron no tocarla. La presencia de la célebre tabla flamenca en el interior de una urna de cristal debió de disuadirlos, precisamente, al pensar que algún sistema de seguridad estaba a punto de saltar por los aires.

Con todo, el valioso Calvario de marfil y carey, una especie de "unicum" artístico, se salvó del expolio y fue, junto al Bote de Zamora, una de las piezas estrella de la celebrada muestra Las Edades del Hombre, en su paso por la Catedral de Zamora en 2001. Una suerte que no corrieron otras piezas artísticas sin paralelos, cuyo robo y mutilación dejaron una herida abierta que aún hoy no ha parado de sangrar.

Que se lo pregunten a los, cada vez más escasos, vecinos de Roda de Isábena. Dos años antes de hacer escala en Toro, René y los suyos eligieron como presa la catedral de San Vicente, en el bellísimo pueblo oscense. La madrugada del 7 de diciembre se internaron en el templo, rompieron sin dificultad la cerradura del museo de arte y arramplaron con una treintena de objetos que subieron al vehículo que aguardaba en la puerta, antes de salir huyendo.

Cuando en 1982, el "Belga" fue detenido mostró su lado más benévolo y colaborador. Ante el pánico de la entrada en prisión, comenzó a mover los hilos para rescatar las obras que había diseminado a través de toda una red de anticuarios. Pero los rotenses no olvidan el estado en el que devolvió uno de los primeros muebles europeos. La valiosísima silla de san Ramón de Roda, un conjunto románico de estilo vikingo, regresó mutilada, en pedacitos. Hoy, el asiento del insigne obispo se exhibe en la nave de la catedral sobre un cuerpo de metacrilato, una escena que desprende admiración por la calidad y antigüedad del mueble, estupor por el castigo infligido por Van den Berghe.

En ambos casos, Toro y Roda de Isábena, el "Belga" sacó partido a una serie de argumentos capaces de sonrojar a cualquier súbdito de este país. Cuando Erik robaba, su objetivo era "proteger" el arte, sostenía. "En este país soy conocido como el gran ladrón, pero realmente los ladrones son los xilófagos que están acabando con los bienes de muchos templos; los obispados han exportado legalmente, con licencias y facturas, cientos de obras. Gracias a mi labor son muchas las obras que actualmente están bien conservadas en colecciones privadas". Así defendía su "obra", Van den Berghe, preguntado en 2012 por este diario tras la publicación de sus memorias. Un libro dedicado a dulcificar sus fechorías que solo podía llamarse de una manera: "Por amor al arte".

Su labor de "salvaguarda artística" no coló. Cuando décadas después regresó a Roda de Isábena del brazo del párroco para colaborar con la catedral y redimir sus pecados, los vecinos no le perdonaron. Lo recibieron al grito de "sinvergüenza" y "ladrón". Pero el "Belga" no torció el gesto ni escatimó en sonrisas.

De cualquier modo, como otros ladrones que le precedieron, Erik "el Belga" había basado su estrategia en el talón de Aquiles del Estado: la desidia. En Roda, el sistema de seguridad del museo era una simple cerradura. En la Colegiata de Toro, no hubo más plan que practicar un agujero en una puerta. Décadas antes, en el primer tercio del siglo XX, eran los propios párrocos y obispos quienes abrían, de par en par, las puertas de iglesias y catedrales a anticuarios y marchantes. Entonces, el expolio era legal: las piezas más valiosas se despedían de España con una factura de compra (a menudo, por un precio ridículo) bajo el brazo.

No dejaba de tener razón Erik "el Belga", al menos, en que muchos de sus robos están hoy a buen recaudo. "Entre mil y dos mil obras de arte", cuantificaba hace ocho años en las páginas de LA OPINIÓN-EL CORREO. Una realidad tan cierta -abultadas cifras aparte- como que el móvil del robo no era otro que llenarse los bolsillos. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa si no perseguiría el ladrón de arte más famoso del siglo XX?