Ha comenzado un nuevo ciclo de flamenco organizado por la bodega Pagos del Rey Museo del Vino con un tremendo acierto en su programación. Siempre se nos ha vendido que el mundo del vino armoniza bien con el cante jondo, lo que en el mundo de la gastronomía llama maridaje, palabra pretenciosa y pedante que hoy se utiliza por doquier. La verdad es que el flamenco es un arte y como tal ensambla con cualquier manifestación artística de calidad y, sin duda, el vino también lo es, pues es fruto de un proceso de elaboración lento, minucioso, orquestando olores, colores, sabores en una delicada melodía hasta convertirse en una metáfora de la vida, en una invitación a la fiesta de la participación vital, tal y como lo entendía nuestro poeta Claudio Rodríguez.

Toro y su alfoz han sabido conjugar esta larga tradición medieval con la belleza de su ciudad, y ahora con otras manifestaciones artísticas, como el flamenco, para disfrute de los que amamos el arte. Por tanto estamos de enhorabuena al contemplar que una bodega, Pagos del Rey, se una al resurgir cultural de una ciudad tan importante desde el punto de vista cultural y artístico como es Toro. Es un aliciente más para acercarnos a su historia.

En este ambiente casi mágico se celebró este encuentro con Rancapino Chico y Antonio Higuero. Y la verdad es que no defraudaron. Conozco a Alonso Núñez Fernández desde que era un niño y yo visitaba su casa en Chiclana a orillas del río. Su padre, uno de los cantaores que más me ha conmovido, decía que el cante se escribía con faltas de ortografía. Creo que el cante se escribe de muchas maneras, pero las fatigas le dan una impronta, dejan una huella indeleble hasta el punto de romper el alma, de herir en lo más profundo de nuestro ser. Y este don, como la claridad, viene siempre del cielo, no se halla entre las cosas, sino que está muy por encima, recordando los primeros versos de Claudio Rodríguez y sólo lo alcanzan unos pocos. Y sin duda Rancapino Chico es uno de ellos.

Comenzó el recital cantado por soleá, con alguna dificultad con el sonido y con la presencia siempre del lugar que le vio nacer, Cádiz. Siguió por alegrías dejando mostrar la huella de La Perla, referencia fundamental en la familia. Poco a poco se fue templando para dar paso a la malagueña del Mellizo como homenaje a su padre, maestro indiscutido por este cante y heredero del cante de Aurelio Sellés. Fue uno de los momentos estelares, antes de dar paso a un solo de guitarra de Antonio Higuero por bulerías, recordando el toque de uno de los maestros de la bajaní jerezana, Parrilla de Jerez. El toque de este maestro ha dejado raíces y bueno es que sus discípulos lo reconozcan, es una buena manera de poner cimientos a la personalidad artística de un guitarrista de la talla y calidad de Antonio Higuero.

Continuó la segunda parte con fandangos con la referencia siempre de Caracol y Antonio de la Carzá, dos iconos en la estela de los Rancapino, para dar paso a los tangos y traernos el recuerdo de aquel frente atrevido, innovador, de los años setenta que en aquellos años arrasaba con sus nuevas propuestas y que supuso un momento estelar en la historia del flamenco. Hablo de Chiquetete, Pansequito, Turronero, Camaron y Rancapino, con la batuta de dos grandes de la guitarra, Paco Cepero y Paco de Lucía. Una época no sólo para no olvidar, sino para tener presente siempre, como hizo Rancapino Chico al rendirles homenaje con este cante por tangos. Terminó la actuación por bulerías con el sello gaditano. Al final, debido a los aplausos, remató la actuación con unos fandangos de la misma marca que los anteriores, acompañado siempre por las certeras palmas de José Rubichi y Luis Monje. Fue una noche memorable, con olor y sabor a buen vino envejecido en barricas de noble madera. Un acierto este ciclo que hay que agradecer a la Bodega Pagos del Rey con la muy noble intención de difundir la cultura musical por Toro y su alfoz.