Este sábado los aficionados al flamenco pudimos disfrutar de una gran noche de cante en Toro. Siempre he dicho que dar un paseo por esta impresionante ciudad es un lujo que ningún zamorano debe perderse, a la belleza de sus calles se une la invitación al recogimiento, a la meditación, al paseo sin tiempo. Por eso, cuando entré en el recinto donde se celebraba el festival observé con facilidad que el ambiente rezumaba amistad, hospitalidad, condición necesaria para una gran noche. El patio, recogido, íntimo, invitaba a ello.

Pero además, como todo era sugerente, yo me quedé mirando fijamente a la pared de tapial que presidía el escenario, con tres muñones, restos de tres vigas que fueron antaño sostén de edificaciones y que ahora eran testigos de una ciudad que lucha por sobrevivir. Y, cómo no, me vino a la memoria esa "Pared de adobe" de nuestro poeta Claudio Rodríguez, "surco en pie" la llama en una audaz metáfora, que mira hacia los cielos, contempla e implora entrega, amistad. Es la ciudad del alma, que nos susurra y canta junto a una sencilla y humilde pared, acompañados de un buen vaso de vino de Toro. "Cuánto necesita mi juventud, mi corazón qué poco", concluía el poeta.

El festival, ejemplo de voces renovadas, entiendo que fue algo premeditado por la organización, se inició con la actuación de Caracolillo de Cádiz, con la guitarra de Miguel Salado, cantaor al que escuchaba por primera vez en directo, aunque conocía algunas de sus grabaciones. Malagueñas, tientos, soleares, bulerías y fandangos constituyeron su repertorio, cuajado de alusiones a sus maestros, Beni, Caracol, Alfonso de Gaspar, Turronero y, sobre todo, Pansequito. Cualquier artista va poco a poco fraguando su personalidad, pero siempre habrá una huella que dejará una marca indeleble, la de las fuentes de donde se bebe. Me gustó su actuación, con fuerza y emoción, un cantaor serio que debemos tener en cuenta.

Siguió en el cante María Terremoto, una de las más jóvenes promesas, y no defraudó. Bulerías "pa escuchá", como dicen en Jerez, tientos, alegrías, bulerías y fandangos fue su repertorio, siempre acompañada por el buen hacer de Nono Jero. Sus señas de identidad son el poderío, el torrente de voz y la casta. Tres elementos indispensables para una buena cantaora, pero hay que atemperarlos, el cante también es recogimiento y la juventud a veces puede más. Veo un gran futuro en esta muy joven promesa, que con grandes cualidades cantaoras, necesita rodaje para estar en primera línea y continuar con la tradición de la familia Terremoto.

Después de un solo de guitarra de Miguel Salado, maestro ya consagrado, con una breve intervención de su mujer al cante, llegó el momento de Jesús Méndez, acompañado por Miguel Salado, cantaor reconocido como una de las figuras emergentes de la nueva generación de artistas. Y no defraudó. Su dominio del cante, su aplomo y la manera de templarse lo elevan a la categoría de artista fundamental en el flamenco. Soleares, tientos, seguiriyas, fandangos y bulerías fueron sus cantes y aunque hizo un repaso de los distintos cantes que tocó, Alcalá, Triana, Cádiz, se trata del cante de Jesús Méndez, con su propia personalidad. Por poner un ejemplo, en la soleá de Alcalá de Manolito de María "al paño fino en la tienda" la diferencia es notoria entre los dos cantaores, cada uno con su eco y su estilo. Dos versiones magníficas de un mismo cante.

Quizá, por poner algún pero, el festival adoleció de ser repetitivo en los cantes, aunque no cayó en la monotonía.Todos los artistas fueron acompañados en los cantes de compás por los palmeros Manuel Salado y Manuel Cantarote, con oficio y sin molestar al cantaor, lo que es de agradecer.