Ayer, David de Miranda salió por la Puerta Grande de Las Ventas en la tarde de su confirmación en San Isidro tras conseguir desorejar al sexto toro de la corrida de Juan Pedro Domecq. "La vida me tenía guardada esta tarde tan mágica", señaló eufórico el torero tras conseguir salir a hombros del coso taurino más importante del mundo.

La frase del diestro nacido en Trigueros (Huelva) no es baladí, ni un lugar común al que suelen recurrir artistas y deportistas cuando saborean las mieles del triunfo, sino que alude a un debe que la vida y, por qué no decirlo, el camino del toreo tenían para con él. El joven maestro, de tan solo 25 años de edad, consigue tocar el cielo de Las Ventas -el Olimpo de la tauromaquia con letras mayúsculas- tras superar una lesión que por poco le cuesta la vida. Dicho percance fue fruto de una cogida sufrida en la histórica plaza de toros de Toro en el verano de 2017, cuando en la corrida de San Agustín un sobrero de Sánchez Urbina de casi 600 kilos le volteó con tan mala suerte que el toreo cayó sobre el cuello, quedando inconsciente sobre el albero y haciendo temer lo peor. La imagen fue espeluznante, toda la plaza pudo ver cómo el onubense caía a plomo de una forma absolutamente antinatural.

La fortísima voltereta le produjo cuatro fracturas vertebrales que hicieron pensar lo peor. En los pronósticos más ominosos la posibilidad de no volver a andar era más que probable. "Si es un milagro que pueda caminar, también lo es que esté vivo", declaró el matador en abril de 2018 a Efe. Lo cierto es que David de Miranda tuvo que pasar por un "calvario" en el que la rehabilitación fue dolorosa, lenta y terriblemente dura tanto psicológica como físicamente.

"De cuello para abajo no sabía nada de mi cuerpo y, además, estuve minutos sin poder respirar", explicaba el de Trigueros sobre sus recuerdos de aquella fatídica tarde de agosto de 2017. A pesar de estas espeluznantes declaraciones, el torero tiró de raza y pundonor y fue capaz de recuperarse en un tiempo récord. De hecho, el diestro apareció un año después en Toro durante una nueva corrrida de San Agustín (2018), deseoso de despejar cualquier fantasma de lo ocurrido un curso atrás y dispuesto a demostrar que la tauromaquía es su sino y su modelo de vida. En aquella ocasión, a pesar de la poca tracción y raza mostrada por los astados de Juan Albarrán, el público, absolutamente volcado con el matador onubense, recompensó su labor con tres orejas que le valieron salir a hombros junto a sus compañeros de terna López Simón y José Garrido.

Ahora, David de Miranda recibe su merecida recompensa en plena Feria de San Isidro, ante una ganadería como la de Juan Pedro Domecq y por encima de toreros del nivel de "El Juli" y Paco Ureña, padrino y testigo respectivamente en la confirmación y el triunfo del matador nacido en Trigueros.