"La primera vez que el hombre no sometió a un animal al yugo y al látigo". Con este aforismo definía el naturalista y divulgador Félix Rodríguez de la Fuente el arte milenario de la cetrería, la simbiosis de hombre y ave en la práctica de la caza. Una práctica que, a pesar de su antigüedad, no deja de maravillar y suscitar emoción generación tras generación. La majestuosidad de las rapaces (águilas, halcones, azores, gavilanes, buitres, cernícalos, lechuzas...) -imbuidas de una altanería única- la sagacidad de sus movimientos, la belleza subyugante de sus alas y esa mirada impertérrita y penetrante completan la fisiología de un animal que causa admiración y respeto por igual.

Sergio García Vila, secretario de la Sociedad de Cazadores de Toro, es sin duda un fanático (en el mejor sentido de la palabra) de las aves rapaces. Con dos ejemplares en su haber, basta con hablar un par de minutos con este toresano para darse cuenta del amor que profesa por estos animales.

Sergio nos recibe en su finca, situada a cinco kilómetros de Toro, donde tiene su vivienda y también su pequeño zoo: perros, gatos, gallinas y, por supuesto, sus dos rapaces. Apenas habiéndonos saludado, Sergio esgrime unas palabras que repetirá en más de una ocasión durante la visita a su parcela: "Que quede bien claro que soy un principiante". Y si bien es cierto que hablando con este cazador se nota que es algo más que un novato -la pasión bien encaminada conduce al conocimiento-, Sergio no quiere hacerse pasar por un experto en un arte que "nunca acabas de dominar totalmente".

Nuestro anfitrión comenzó su aventura dentro de la cetrería hace ahora tres años. Sin embargo, su amor por las aves nació en la niñez, cuando pasaba las tardes "buscando nidos e intentando agarrar pajaritos". Durante su adolescencia llegó a tener "algo parecido a una rapaz" y desde entonces siempre le rondó la idea de hacerse con una de forma definitiva. Finalmente, con la compra de un cernícalo americano, una hembra llamada Geena, cumplió su deseo y se zambulló en el mundo de la caza con rapaces.

El pasado mes de agosto completo su "nido" con un azor ibérico, una hembra a la que le ha dado el nombre de Freya, en clara referencia a la diosa perteneciente a la mitología Vikinga. Mientras que Geena es un falcónido inferior a los 30 centímetros de altura y con un peso de 110 gramos, Freya supera holgadamente el medio metro y su peso también salta por encima del kilo. Ambos, en un régimen de cautividad pueden vivir 10 y 15 años respectivamente.

El cazador toresano se decantó por el cernícalo americano por ser "un ave muy inteligente y que entiende con facilidad las órdenes", explicación que realiza mientras Sandokán -uno de esos felinos gordos que triunfan en las redes sociales- ronda alrededor relamiéndose ante el inminente bocado. Inmediatamente Sergio espanta al gato, el cual se aleja pesadamente del ave. Una actitud audaz que no repite con el Azor, ya que alguna vez este la ha dado un "buen triscazo", relata Sergio.

La preparación para el vuelo de Geena es sencilla: comienza colocándole la caperuza sobre la cabeza -"las rapaces son animales de cerebro óptico, la capucha es esencial para calmar al animal y comenzar su adiestramiento"-, lo posa sobre el guante y engancha el fiador -correa con la que se sujeta al pájaro- a una de sus patas. Por último, el cazador coloca un transmisor en una mochila artificial que el ave lleva entre las alas. El transmisor emite una señal, captada por un receptor, que le permite al cetrero conocer en todo momento donde se encuentra el ave si esta "se extravía o decide hacer una expedición más larga de lo normal", comenta de forma socarrona Sergio.

La realidad es que perder un ave no es algo extraño durante los primeros momentos de la instrucción. Este vecino de Toro nos relata cómo en más de una ocasión se ha tenido que hacer al monte para dar con alguno de sus animales: "por regla general suelen regresar a ti, pero en ese momento que lo ves marchar te da un vuelco el corazón".

Susto más que justificado si hacemos caso a las cifras por las que se adquieren estos animales: 200 euros el cernícalo y un total de 1.000 el azor. "A euro por gramo más o menos", señala Sergio García. Y eso que estas especies se encentran entre las "baratas", ya que el actual mercado permite adquirir un águila real o un halcón gerifalte de noruega por 5.000 y 6.000 euros respectivamente. A pesar de ello, Sergio afirma que "no es una afición cara de mantener, pero si que requiere una inversión importante", ya que no solo hablamos de la compra del animal, sino también de todos los accesorios que requiere: guante, fiador, caperuza, telemetría, señuelo...

El vuelo

Toda vez que Geena, el cernícalo americano de Sergio, se encuentra pertrechada con todo el avituallamiento necesario, este cazador lanza al animal al vuelo dentro de una amplia explanada que posee en su finca. La pequeña ave, cuyo cuerpo está adornado por un color pardo ribeteado con puntos negros, alza el vuelo hasta un madero cercano y se posa en él. El cetrero alza su guante izquierdo, donde exhibe un pequeño pedazo de carne cruda de pollo, y el ave regresa a su mano para deleitarse con el manjar. Para finalizar la exhibición, Sergio lanza el señuelo -donde se encuentra el resto de la cría de pollo- para que el ave pueda cebarse y asimilar más fácil las órdenes del cetrero.

La compenetración que muestran Geena y Sergio es fruto de cientos de horas de vuelo y entrenamiento. Este ingeniero toresano señala que si bien el gasto económico de mantenimiento (más allá de disponer de una finca donde albergar a los animales, cuestión no menor) y alimentación (200 crías de pollos por un precio de doce euros) no supone un gran esfuerzo, sí que lo hace la necesidad de cuidar y practicar todos los días al menos una hora con las rapaces. Un entrenamiento que no solo es clave en el bienestar de las aves, sino también en el aprendizaje de estas. No en vano Freya, que lleva menos de medio año con Sergio, recela de los extraños y responde con muchas más reticencias a las órdenes y llamadas de su dueño.

Terreno natural

Mucho más cómodo se siente este azor cuando su cetrero acude con ella al coto de Toro, donde bajo sus garras ha perecido más de un conejo. Allí, Sergio describe el vínculo que Freya y él adquieren como de "asistente y cazador", un rol asimilado por el animal que "supera su instinto de volar libre".

La modalidad de cetrería practicada por este vecino del alfoz se basa en el auxilio animal: los perros rastrean a los conejos y les obligan a salir de sus madrigueras, mientras que el azor se mantiene a la expectativa para arrancar el vuelo cuando su afilada vista le muestre al lepórido. Ave y perros también mantienen una simbiosis muy productiva: "ella entiende que el perro es su ayudante y ellos respetan la labor del Freya, no sé si por el temor que les infunde su mirada o porque alguno ya se ha llevado algún que otro aviso", bromea este aficionado a la cetrería.

Freya en esta casa es la reina de la caza, no en vano puede atrapar y dar muerte con sus garras hasta una liebre de tres kilos (tres veces su peso), mas Geena también puede hacer estragos con una codorniz de más de 90 gramos. Con estas dos rapaces el coto de Toro gana dos nuevos depredadores, menos violentas que las escopetas, pero igual de letales.