Durante la década de los años 90, la agricultura de invernadero ubicada en la zona conocida como la vega de Toro vivió algo parecido a un bum. Por aquella época, el número de estructuras dedicadas al cultivo bajo plástico eclosionó hasta alcanzar las 12 hectáreas de invernáculos. Una cifra que los labradores de la zona califican de "cantidad importante" y que sirvió para encumbrar la fama de los productos hortícolas, como el caso del pimiento picante, que allí crecían.

Sin embargo, con el paso de los años la cantidad de tierra dedicada a este cultivo descendió hasta las cinco hectáreas que actualmente ocupan. Una cifra que, a juicio de Bernardo Caballero -agricultor y expresidente de la junta Agropecuaria local-, tiene un peso "testimonial" sobre la producción agrícola de Toro. Los cultivadores de la vega de Toro inciden en que esta pérdida de interés por los invernaderos se debe a la "dificultad técnica", la necesidad de "trabajo diario" y, sobre todo, la falta de "relevo generacional". Asimismo, cabe destacar que los invernaderos de Toro cumplen el papel de fuente de ingresos accesoria, y no principal, para sus propietarios. Los cultivadores, en suma, obtienen la mayor parte de sus ingresos a través de las tierras de cultivo extensivo (ya sea regadío o secano).

Con la llegada de diciembre la campaña bajo plástico toca a su fin. El plantío se realiza a mediados de marzo y principios de abril, de forma que los primeros frutos comienzan a recolectarse en las semanas inmediatamente anteriores y posteriores al solsticio de verano. Este año, los propietarios de los invernáculos califican la cosecha de "aceptable" y explican que el tomate -cultivo más extendido en la zona- ha alcanzado un precio medio de 0,65 céntimos el kilo.

Junto con el tomate, los productos que más proliferan en los invernaderos de la vega de Toro son los pimientos picantes y la lechuga. Esta carestía en la variedad de cultivos no nace del capricho de los agricultores, sino que encuentra explicación en la fuerte competencia generada por los frutos traídos desde las grandes zonas productoras de España y el extranjero. Este es el caso de la judía verde -otrora plantación habitual en los invernaderos locales-, la cual es importada desde Marruecos con un precio con el que los productores locales no pueden competir. El pepino y el pimiento verde también eran asiduos en la agricultura bajo plástico, pero una vez más los bajos precios fijados por las grandes zonas de producción han hecho inviables su cultivo en los invernáculos toresanos.

El pimiento picante -junto con las distintas variedades de tomate- es el único producto que sobrevive en la zona a este modelo de producción inherente al libre mercado. Gran parte de su éxito radica en la buena fama y la tradición que tiene esta hortaliza en la provincia, cuya población es su principal comprador. Sin embargo, los agricultores toresanos afirman que la misma razón que lo mantiene -el consumo local- es también aquella que lo está haciendo enfermar: "Cada vez tenemos más despoblación y eso redunda negativamente en la cantidad de kilos de pimiento que vendemos", afirma Bernardo Caballero.

Paciente terminal

En esta misma línea, la sangría poblacional que experimenta nuestra región también afecta de forma directa al futuro de la agricultura bajo plástico. Los propietarios de las construcciones señalan que en el horizonte no vislumbran el relevo generacional que se pueda hacer cargo de este trabajo. La falta de incentivos económicos, el "pasotismo" de las administraciones, la falta de servicios en las zonas rurales y un modelo agrícola que requiere de un trabajo "diario y técnico" son algunas de enfermedades que, según los cultivadores de la vega de Toro, asolan al paciente terminal que es la agricultura de invernadero.