Parece que el huracán Leslie, que arribó ayer a la provincia de Zamora alcanzando rachas de viento cercanas a los 100 kilómetros por hora, influyó y mucho en la asistencia al tradicional desfile de carros engalanados a la antigua usanza de la Fiesta de la Vendimia. Las calles del itinerario preestablecido presentaban muchas calvas en los primeros momentos del desfile, si bien es cierto que con el transcurrir de los minutos las rúas de Toro fueron llenándose, aún sin alcanzar la presencia multitudinaria registrada durante el pasado curso. La puntualidad torera, impropia de los festejos municipales, tampoco contribuyó a la habitual pomposidad de la cabalgata de carromatos; ya que incluso pudieron verse a algunos participantes del desfile -ataviados con los ropajes que antaño se utilizaban para vendimiar- incorporarse una vez iniciado el trayecto.

Este año, el medio centenar de carros que se dieron cita ayer en Toro venían de todos los puntos del alfoz y algunos lugares diversos de la península ibérica, como fue el caso de los participantes del municipio de Requejo (Cantabria). Aperos de labranza, utensilios antiguos y los clásicos cestos de mimbres repletos de racimos de uvas componían la ornamentación de los distintos plaustros, cuyo tiro correspondió a burros, mulos y hasta ponis. Unos volquetes que compartían una serie de elementos estéticos en común, pero que, a su vez, eran perfectamente diferentes los unos de los otros en detalles como el tamaño, el color o el número de animales que iban unidos a los arreos.

Hay otro elemento compartido por todos los carros: los niños. Los pequeños son los verdaderos protagonistas de esta hermosa tradición y su función principal es la de coronar los carros, sobre los que lucen vestidos con los ropajes tradicionales de la época emulada en el desfile. Los más jóvenes del lugar son siempre el foco de todas las miradas y también las cámaras, pues fotógrafos profesionales y aficionados se desviven por inmortalizar la estampa de estos vendimiadores neófitos.

Como no podía ser de otra manera, el vino estuvo presente durante todo el recorrido: desde Santa Catalina hasta la Plaza Mayor. Los integrantes del desfile repartían vasos de vino y mosto a conocidos y allegados, que también dieron buena cuenta de las botas que los hombres llevaban colgadas al hombro. Las viandas también estuvieron a la orden del día, mozos y mozas repartían fiambre y pastas entre los asistentes. Las vendimiadoras de Vezdemarbán se decantaron por una cacerola de migas y un cesto de higos maduros.

La música y el baile estuvo presente durante todo el recorrido. Grupos locales (como el caso de "Tierras Llanas") y visitantes cantaron y danzaron al son de la dulzaina, la gaita y la flauta y el tamboril.

Al filo de las dos de la tarde, cuando los últimos carromatos cruzaban el umbral marcado por la Torre del Reloj, el grisáceo rostro de Leslie se asomó al cielo de Toro coincidiendo irónicamente con las primeras estrofas de "Tío Babú" ("¡Cómo llueve por Bardales, Tío Babú!"). Lo que en principio fue un ligero "pintineo", pronto se convirtió en un chubasco de cierta consideración. La banda "La Lira" cerró el desfile bajo la lluvia y los aplausos de los presentes que todavía no habían corrido a refugiarse en los bares de la zona.