Si les dicen a ustedes que la corrida de toros de San Agustín se saldó con siete orejas y puerta grande para los tres matadores implicados -López Simón, José Garrido y David de Miranda- y que, a su vez, todo esto se hizo casi sin dar un solo pase que justifique esta crónica creerán, y con razón cabría añadir, que quien firma arriba es un absoluto ignorante o que se ha vuelto loco. Me gustaría creer que no, pues es innegable que al albero toresano ayer se lanzaron tres toreros como la copa de un pino, que derrocharon gallardía y que no se ahorraron nada sobre el coso local, a pesar de ese estúpido mantra mil veces repetido de "es una plaza de tercera, qué quieres". Lo cierto es que la responsabilidad de los quites, o no quites, que ayer (no) se dieron no recae en los que portaban el traje de luces, sino en los toros (siendo generosos en el sustantivo) de la ganadería Juan Albarrán que ayer saltaron a la histórico ruedo. Sin movilidad, carentes de codicia y mansos hasta el paroxismo. Solo el quinto de la tarde dejó algo parecido a una arrancada.

Abrió la tarde López Simón, en cuya muleta recayó la responsabilidad de figura principal tras la ausencia de Cayetano Rivera por lesión. Como si de una premonición se tratase, el primer toro de la faena salió tranquilo, tanto que hasta decidió pararse tras cruzar toriles; arrancó y frenó de nuevo. Hasta ahí. El diestro madrileño se percató enseguida de la falta de fuerza y la nula movilidad que presentaba "Colorado", de tal forma que tras una liviana tanda de verónicas, de las cuales el animal no cumplimentó casi ninguna, López Simón consideró que con marcar en la suerte de varas era más que suficiente. Continuó el diestro, antes de las banderillas, con un par de chicuelinas y un intento de gaonera cambiada. Intentó, y solo eso, ya que el animal, cero arrancadas a pesar del nulo castigo sufrido. Le regaló el brindis López Simón a David de Miranda, quien recibió todos los parabienes tras su reaparición en la misma plaza donde sufrió la fortísima cogida que le ha dejado en el dique seco todo un año. Y poco más que contar, se esmeró López Simón con la derecha. Por la izquierda el toro carecía de tracción. Se vio una pedresiana y a matar al animal. Dos pinchazos y estocada.

Empezó mejor José Garrido, que no renunció a un solo esfuerzo durante la tarde de ayer. Se contaron hasta siete verónicas -no muy lucidas, de nuevo, por la justa intensidad que mostraba el animal- que ilusionaron a un público todavía apaciguado tras el primer astado. Se envalentonó Garrido con las chicuelinas, en donde otra vez hubo más torero que toro; estéticas sí, emocionantes no. De nuevo el picador solo marcó. Ya con la muleta, el matador pacense quiso torear en redondo. El toro pasaba lento, muy lento. En la tarde de ayer eran los toros quien tenían los pies hundidos en el albero y eran los diestros los que tenían que moverse si aquello no quería emular a un espectáculo de mimo. Cambió a las naturales Garrido, pero el fuste del toro servía para ir y venir, no para entrar al capote. Insistió, insistió y se arrimó al joven matador, eso le valió la oreja durante la suerte de matar. La primera de muchas orejas, seguramente demasiadas espoleadas por el ambiente festivo que vive la ciudad estos días.

"Meloncito", el tercero para David de Miranda, fue la primera de muchas ilusiones frustradas. Empezó el de Trigueros con unas preciosas verónicas embraguetadas a más no poder. El animal mostró entereza en los primeros compases y hasta un atisbo de fuerza, espejismo que desapareció tras el castigo en varas, perdió las manos y ahora sí que sí ya no se vio nada más. Afortunadamente, José Carrasco, artista flamenco de la zona, se arrancó con un fandango dedicado al matador; de lo mejor de la tarde, sin duda alguna. Un buen estoconazo le valió dos orejas a David de Miranda, mimado por el público toresano tras su percance hace ahora un año.

El cuarto de la tarde, segundo de López Simón, podría resumirse en que sacó la lengua en el tercio de banderillas -tercio realmente agradable durante toda la corrida, también de lo mejor de ayer- y que golpeó sin consecuencias a un subalterno de López Simón que tropezó y cayó al suelo. Por su parte el torero madrileño intentó todo: estatuarios -el toro acudió al capote como si trotara por la dehesa-, cambiada por detrás, derechazos, penduleo con la muleta y desplante. Una vez más, la buena predisposición y la valentía fue bendecida con dos orejas. No en vano es San Agustín y la gente viene a divertise. Lógico.

La emoción del quinto

Llegó entonces el quinto, un halo de emoción y tauromaquia ante tanta abulia provocada por el misérrimo lote de animales presentado ayer. Fuerza, entrega y bravura, ¡por fin! A por él que se fue Garrido, recibiendo al animal con una buena tanda de verónicas y hasta un capotazo de rodillas que levantó al público toresano. Tras un cuidado tercio de banderillas, con ovación para uno de los subalternos de Garrido, el diestro brindó su animal a su compañero de cartel David de Miranda. A continuación, los aficionados allí congregados vieron toreo. Férrea derecha de Garrido para medir al toro, seguida por tres naturales que ubicaron la faena en el espacio del toreo en redondo. El pasodoble que tocaba la banda se trasladó de los tendidos al ruedo y José Garrido y el animal encadenaron tandas con codicia, fijeza y ritmo. Un inoportuno pinchazo, y posterior media estocada, dejó la faena en una oreja.

El último de David Miranda gastaba buenas hechuras, pero nada más. Salvando unas verónicas y el buen hacer del torero poco más que resaltar en una faena protagonizada por las arrancadas desiguales del astado y los constantes tornillazos que denotaban protesta y falta de casta en el animal. El cariño de Toro, a pesar del pinchazo del diestro con el acero, se materializó en otra oreja.

Siete orejas, puerta grande para todo el cartel y otra vez que se aplica el "todo vale" fuera de los grandes santuarios. Olé por los maestros y olé por la actitud del respetable, pero que la próxima vez traigan toros.