El conjunto escultórico que, desde ayer se puede admirar de nuevo en la sacristía de la Colegiata, es una destacada obra del arte eborario presidido por un Calvario con las esculturas en marfil del Crucificado, con una rica cruz recubierta de carey, la Virgen Dolorosa y San Juan Evangelista. Las esculturas se asientan sobre un gran sagrario-relicario de líneas barrocas, con decoraciones de molduras y tallas de roleos vegetales, en marfil sobre carey, cuya puerta recoge relieves que representan escenas de la Pasión. El Cristo Crucificado está representado en el momento de la expiración, con la cabeza levantada y mirada hacia el cielo. Tallado en una sola pieza de marfil, a excepción de los brazos y caídas laterales del paño de pureza, presenta una cuidada anatomía y armonioso movimiento. La Virgen y San Juan son de un canon menor a Cristo y están representados con una expresión de dolor en los rostros que se acentúa en el modo de representación de las manos.

Las tres figuras, estilísticamente, responden a las características del arte napolitano de la segunda mitad del siglo XVII. El historiador toresano, José Navarro Talegón, aportó hace tiempo datos sobre el origen de la pieza y su donación. Según su estudio, el Calvario fue donado en 1711 al desaparecido convento dominico de San Ildefonso el Real por Doña Marina Teresa de Ayala y, es probable, que la obra fuera encargada a algún artista napolitano o siciliano, quizás Claudio Beissonat, aunque no se conoce ningún documento que acredite su autoría o su procedencia italiana. Posteriormente, tras la exclaustración de 1836, el Calvario fue trasladada a San Pedro del Olmo, pero tras su derrumbe a finales del siglo XIX, la pieza pasó a formar parte del patrimonio artístico de la Colegiata de Toro.