Con su batuta guió a las mejores orquestas del mundo, pero la huella que Jesús López Cobos ha dejado en los toresanos perdurará en el tiempo por su sencillez, cercanía y generosidad. Toro despidió ayer con honores y solemnidad a su Hijo Predilecto y a un referente mundial en la dirección de orquesta que, a pesar de su grandeza y genialidad, eligió descansar para siempre en la ciudad en la que nació hace 78 años. Familiares, amigos, amantes de la música, autoridades, representantes de distintas entidades e instituciones y vecinos de Toro visitaron en la mañana de ayer la capilla ardiente instalada en el salón de plenos del Ayuntamiento y que cerró sus puertas a las doce del mediodía para trasladar el féretro hasta la Colegiata. Numerosos toresanos esperaron la salida de los restos mortales del maestro en las inmediaciones del Ayuntamiento, al igual que los músicos de la Banda La Lira que, dirigidos por Casimiro García, despidieron a su gran referente con la interpretación de "Getsemaní", aunque también acompañaron al cortejo hasta la Colegiata, al ritmo de la marcha fúnebre de Chopin.

Ya en el interior del templo, la viuda, que aferró con sus manos una rosa, y los hijos del maestro se acomodaron en el primer banco para seguir la ceremonia religiosa, mientras músicos de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, de la que López Cobos era director emérito, interpretaron el "Adagio" de Barber. El párroco local, Roberto Castaño, fue el encargado de oficiar la misa de funeral y, en su homilía resaltó que, "seguramente hoy la mejor orquesta posible, que es la orquesta del cielo, está de fiesta porque llega alguien (López Cobos) que es capaz de vivir, sentir e interiorizar lo que significa la música en la armonía". Invitó Castaño al cerca de medio millar de personas que se congregaron en el interior de la Colegiata, a que la ceremonia de funeral por el maestro fuera "ante todo una acción de gracias por su vida, su obra, su impronta y por estos años que Dios nos ha concedido poder gozar de su presencia". Aludió Castaño en su homilía a la creencia de que "los hombres no mueren porque perdura su recuerdo" y, como subrayó, en el caso de López Cobos "el maestro no ha sido llamado a morir, porque su recuerdo perdurará no solamente entre nosotros, en esta su patria chica, sino sobre todo en el mundo musical". El párroco también recurrió en su alocución a un "juego de palabras" para asegurar, en una clara referencia a López Cobos, que "de Zamora y Toro va a salir, ha salido y seguirá saliendo algo bueno, porque cuando las personas creen, luchan y somos capaces de aunar esfuerzos y sentimientos y descubrir que en esta vida lo importante no es tener sino ser, la tierra brilla y da frutos abundantes".

Por este motivo, el párroco aprovechó la ceremonia en recuerdo de López Cobos para "hacer votos por esta tierra, por esta ciudad que hace años vio nacer a nuestro hermano, para que siga dando frutos buenos que iluminen la vida de este mundo, para que juntos sigamos construyendo, para que sigamos arrimando el hombro y para ofrecer algo que sea capaz de cambiar, aunque sea un instante, el corazón de los hombres". Castaño cerró su homilía destacando que ayer Toro, la "tierra" del maestro, abrió "sus entrañas" para acogerle de nuevo y "en aquel lugar donde viste la luz, descansarás entre nosotros". Las sentidas palabras del párroco dieron paso a la música interpretada por el violonchelista Alban Gerhardt que despidió a su amigo con "Sarabande" de Bach, aunque uno de los momentos más emotivos de la ceremonia religiosa fue ofrecido por el coro interparroquial dirigido por José Manuel Chillón cuando entonó la "La muerte no es el final", marcha con la que la viuda del maestro no pudo reprimir las lágrimas.

Una vez concluida la misa, la música que marcó la vida de López Cobos volvió a sonar en su honor y La Lira le brindó su último homenaje con la interpretación de "Thannhäuser" de Wagner a las puertas de la Colegiata, mientras el féretro era introducido de nuevo en el vehículo fúnebre para iniciar el recorrido hasta el Real Monasterio del Sancti Spíritus de Toro. El silencio que los toresanos y asistentes al sepelio habían mantenido en señal de respeto y duelo fue quebrado en ese momento por una cerrada ovación, como la que tantas veces recibió el maestro en los mejores escenarios del mundo. El eco de los aplausos marcó el lento discurrir del cortejo fúnebre por las calles de Toro que separan la Colegiata del Sancti Spíritus, donde López Cobos fue enterrado en una ceremonia íntima y familiar. En el claustro del Monasterio la memoria del director de orquesta perdurará en el tiempo y una clave de sol tallada sobre arcilla en una loseta realizada por la artista Marta González Lozoya con la que fue identificado el lugar elegido para su entierro, servirá para mantener vivo el recuerdo de un toresano universal y de un genio de la música.