La provincia de Zamora, la ciudad de Toro incluida, tienen una estrecha relación con todas las festividades y celebraciones de índole religioso. Esta devoción común ha establecido una serie de rasgos fácilmente reconocibles en casi cualquier punto de los municipios zamoranos: una Semana Santa similar, unos cantos, unas eucaristías, unos pasos y, en definitiva, una estética análoga en los pueblos y ciudades que componen estas tierras. Sin embargo, no hay una sola característica, una sola expresión, o mejor dicho, no expresión que mejor identifique la religiosidad zamorana que el silencio. El solemne y circunspecto silencio lo envuelve todo en las celebraciones católicas. Ayer, en Toro disfrutamos y sentimos el inconfundible estruendo del silencio. Ayer, en Toro se honraban a los difuntos, se honraba a las ánimas.

La cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla se reunió una vez más, desde ya no se sabe cuándo, en frente del templo de Santa Catalina para realizar su sentido trayecto hasta el cementerio local para honrar las almas de los hermanos fallecidos. La jornada comenzó cuando el reloj marcaba las diez en punto. Este año, la novedad recayó sobre las nuevas insignias de plata de los abades, cortesía de un donante anónimo, y que emulan la estética original de las varas utilizadas desde el siglo XVIII hasta los años 80. Estas últimas dejaron de usarse por estar conformadas por plata pura, lo que las convertía en endebles y dificultosas de utilizar. El párroco local, Roberto Castaño, se encargó de su bendición bajo el cabildo de Santa Catalina.

La comitiva de la congregación la abrían los diputados que portaban las cruces, seguidos por el guión y la ofrenda floral para los ausentes, parapetada entre la multitud de cofrades que acudieron al evento. Como a cada año, la procesión realizó diferentes paradas, en la que los miembros de la comitiva, guiados por el sacerdote, rezaron los habituales responsos en honor a los difuntos.

Una vez en el campo santo, la congregación, y los feligreses que la acompañaron, acudieron al catafalco de la cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla para depositar la corona de flores que cada año descansa en la tumba de los hermanos fallecidos. Una vez allí, comenzó la eucaristía en honor a las almas de los que ya no están. Tras el rito litúrgico, la procesión regresó hasta la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina, donde finalizó la Fiesta de los Difuntos.

José Manuel de la Fuente, presidente de la hermandad local, se mostró muy satisfecho por el desarrollo de la jornada y declaró que "es un verdadero honor rezar a los difuntos de nuestra cofradía y de todos los toresanos en general". Asimismo, de la Fuente señaló la importancia de esta celebración para una congregación tan marcada por la experiencia de la muerte como es la de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla.

Con estas palabras el presidente hace clara referencia al nacimiento de la cofradía allá por el siglo XVII, que al igual que la mayoría de cofradías de aquella época surgieron con la clara finalidad de ser solidarias ante la muerte. Es decir, eran una especie de mutualidades funerarias donde los cofrades iban pagando su entierro desde que entraban en la hermandad. De esta forma, los campesinos o burgueses podrían ser enterrados en igualdad de condiciones.

La Cofradía de Jesús Nazareno es un referente para todas las congregaciones locales, tal y como afirma José Manuel de la Fuente. Es la más numerosa, la más popular y sus imágenes son las que mayor devoción suscitan entre los católicos locales.