Toro encara la recta final de los festejos de San Agustín y el cansancio ya empieza a hacer mella. Durante la mañana del sábado, minutos antes del comienzo del segundo encierro urbano, la plaza de San Francisco presentaba una imagen mucho menos multitudinaria que la vivida justo ahora una semana. Esta vez los cohetes sonaron con puntualidad británica, con el primer estruendo los mozos se santiguaron y los espectadores se resguardaron tras las vallas de madera que delimitaban el recorrido.

Este segundo encierro se mostró mucho más "templado", como dicen en el argot taurino, que su homólogo de la pasada semana. Sin duda, el peso de los animales, que superaría los 420 kilos, ayudó a que el trayecto se realizara más pausado, donde los corredores pudieron brillar más aún. Los novillos se separaron de los cabestros, que quedaron algo rezagados, lo que permitió un espectáculo mucho más vistoso, donde los más valientes se atrevieron a colocarse a la cara de los animales. Afortunadamente, una vez más el encierro fue limpio y sin percances para los participantes.

Como es habitual, el toro del cajón, patrocinado por la Asociación Toro y su Tradición, salió unos minutos después de finalizar el encierro. La tradicional traca abrió las puertas a un utrero (novillo de tres años) de 440 kilos de peso. El astado de la ganadería de José Luis Perera, presentaba un pelaje castaño claro, casi melocotón. El animal se mostró corredor y decidió subir y bajar la calle de Santa Catalina varias veces, hasta seis se llegaron a contar, estimulado por la llamada y los cortes de los mozos. El toro se dejó correr, subió a la cruz, se asomó a San Francisco y regresó a buen ritmo por Santa Catalina. En la recta final el astado dio un par de vueltas sobre sí mismo, lo que permitió a algún que otro valiente a pegar un par de pases chaqueta en mano. En definitiva, fue un toro fantástico para recortadores y espectadores.

Ya en el ruedo, el Toro se emplazó y fue más difícil hacerle embestir por el albero. No obstante, la pericia de los corredores dejó varios recortes de clase y hasta uno de los jóvenes se atrevió a saltar acrobáticamente al utrero. El astado dejó lugar a una vaquilla, lo que sosegó el respeto y minó el coso toresano de mozos. El clásico recorte y las chaquetillas como improvisados capotes protagonizaron un espectáculo que se saldaría sin revolcones ni cogidas, como toda la mañana de toros vivida en la ciudad.

Al salir del ruedo, los toresanos pudieron reponer fuerzas con el desayuno a base de huevos fritos organizado por la peña taurina "La Verónica".