Una veintena de escalones construidos en una escalera de caracol minúscula, estrecha para un hombre mediano, conducen a una trampilla que hay que salvar con un movimiento prácticamente acrobático, tras ella se abre el campanario de la parroquia de Morales de Toro y sus dos grandes campanas de metal fundido. "Lo hacemos porque nos apasiona, si fuera un trabajo aquí no subía ni dios", afirma jocosamente Agustín Reguilón. Agustín es secretario de la Asociación Cultural de Campaneros Zamora, agrupación que acudió a la festividad de "El Salvador" para realizar una exhibición de repique.

La mayoría supera los 60 años, aunque también hay alguno que no llega al medio siglo y hasta un chavalín que corretea y no para de hacer preguntas relativas a las dos pequeñas campanas que la asociación trae en un remolque. Son las 11 de la mañana, el pueblo todavía está desperezándose y las calles se encuentran desiertas. Entre broma y broma suena el primer golpe, el sonido parte del campanario; comienza el concierto: "¿pero quién ha subido ya?", pregunta uno de los integrantes sorprendido.

"Preservar la tradición" es el objetivo que les une a los más de 80 miembros, de diferentes puntos de la provincia, que componen la Asociación de Campaneros. La mayoría comenzaron a tocar las campanas como una más de las funciones que tenían que cumplir cuando eran monaguillos. La sociedad se formalizó en febrero de 2016, pero llevaba en funcionamiento de forma amateur desde hace algo más de 15 años. El último año acudieron a 64 pueblos y este verano ya llevan más de 35, incluyendo municipios de Burgos y León. Entre sus objetivos futuros está la constitución de una escuela de repique para pequeños y mayores que sirva de herencia y perpetúe esta técnica cada vez más olvidada.

Mario es el nombre del chico que acompañaba a la pléyade de campaneros durante toda la mañana y, también, la esperanza que llena de ilusión a estos veteranos campaneros. Con tan solo 8 años, lo que parecía un chiquillo curioso, se convirtió en uno más cuando se subió al remolque que portaba las campanas portátiles y su movimiento de brazos se convirtió en una estruendosa melodía. Hoy no morirá la tradición.