El profesor Juan Carlos González Ferrero ha dedicado ocho años a realizar un exhaustivo estudio etnográfico y lingüístico sobre la Denominación de Origen, estudio que ha plasmado en su último libro: "La cultura de la vid y el vino en Toro". Esta obra ha sido editada recientemente, con motivo de la conmemoración del 30 aniversario de la Denominación de Origen.

-¿Hasta qué época se remonta su investigación sobre los vinos de Toro?

-Realmente lo que este libro recoge son los usos y costumbres y el vocabulario asociado a ellos, que se han forjado en la Denominación de Origen desde que se empezó a cultivar la vid y a elaborar vino en Toro hace, como mínimo mil años, así como esa forma tradicional de vitivinicultura que estuvo vigente hasta mediados del siglo pasado.

-¿Es por tanto un libro que abarca muchos más aspectos que la historia de los vinos?

-Es un libro etnográfico y lingüístico. No se centra en los últimos 30 años de la Denominación de Origen, sino más bien en la cultura tradicional, en relación con la elaboración del vino y el cultivo de la vid en Toro.

- ¿Cómo ha evolucionado esa cultura tradicional y esa forma de elaborar vino?

-Ha cambiado radicalmente. No queda absolutamente nada de todo aquello, de esas prácticas tradicionales que abarcaban desde el marcado de las viñas hasta el laboreo del suelo o las podas. Estas prácticas han cambiado y se han sustituido por procesos modernos y, en el caso de la elaboración del vino, por procesos industriales que han sustituido a los artesanales que eran los que se hacían.

-De su investigación, ¿qué aspecto le ha sorprendido más?

-Me han sorprendido muchos aspectos, pero, a modo de ejemplo, citaría la gran cantidad de sistemas utilizados para fijar los puntos en los que se plantaban las vides. Además, era un aspecto que prácticamente no se había estudiado en ningún otro punto de España. Se utilizaban instrumentos muy interesantes y curiosos. Era una labor de geometría porque se trataba de colocar las plantas para que formaran cuadros o triángulos imaginarios y los viticultores se las arreglaban de manera muy curiosa para conseguirlo.

-En su libro ocupa un lugar destacado el estudio sobre las bodegas tradicionales, ¿cuántas se conservan en la zona?

-En Toro se conservan más de 200 y en los pueblos que conforman la Denominación de Origen estimo que existen alrededor de 1.800 bodegas tradicionales en pie, pero hubo muchas más.

-¿Por qué se han perdido muchas de esas bodegas?

-Porque se dejaron de usar. A mediados del siglo pasado la vinicultura artesanal se sustituyó por la industrial con el movimiento cooperativista. Más tarde, con la instalación de bodegas industriales, las tradicionales dejaron de usarse. Únicamente permanecen en pie aquellas que se utilizan para reuniones, meriendas y poco más.

-¿Una opción para garantizar su conservación sería convertirlas en un recurso turístico?

-Creo que sí. Un caso es la bodega histórica que gestiona el Consejo Regulador. Además, en la zona se conservan bodegas muy bonitas e interesantes, pero la mayoría son de particulares y la gestión de las visitas sería algo complicado.

-Algunos bodegueros consideran que los viñedos antiguos constituyen un patrimonio único que debería ser protegido, ¿comparte esta opinión?

-Totalmente. El viñedo de Toro es muy antiguo y además tiene una particularidad ya que, en esta zona, la filoxera prácticamente no afectó a las cepas, porque los suelos son arenosos, lo que impedía que las plantas fueran atacadas en la raíz. Por tanto, en Toro, la filoxera no fue una plaga que, en otros sitios obligó a renovar prácticamente todo el viñedo. Por esta razón, en Toro hasta mediados del siglo pasado se seguía plantando sin injertar sobre patrón americano y esa es una peculiaridad que los técnicos deben valorar si se debe conservar o no. Las viñas que están plantadas sobre pie franco, creo que se deberían conservar, porque además son las que se utilizan para elaborar los vinos de mayor calidad.

-¿Qué supuso para Toro la aprobación de la Denominación de Origen?

-Ha tenido dos partes muy diferenciadas. Una primera, en la que había unas pocas bodegas y unos pocos viticultores. De hecho, a finales del siglo XX, el vino de Toro vivía una auténtica decadencia. A partir del año 2000, fue cuando realmente la Denominación de Origen despegó. En esa época se empezaron a implantar nuevas bodegas que venían de diferentes puntos de España e incluso de fuera. Además, hubo una actitud muy positiva de la prensa hacia el vino de Toro. Con la aprobación de la Denominación de Origen se revitalizó el vino y ahora no tiene nada que ver con el que se elaboraba en otras épocas. Los vinos que se producen en la actualidad son una auténtica maravilla y, además, siguen teniendo el potencial que aporta la variedad tinta de Toro.