La tromba de agua que cayó sobre el municipio de Toro no fue del todo negativa. Si bien para los particulares y hosteleros de las vías Luis Rodríguez de Miguel y Corredera, entre otras, fue un contratiempo importante, para los viticultores y sus campos de viñedos la enorme cantidad de agua caída durante el pasado jueves ha sido un alivio ante las horribles previsiones ocasionadas por la sequía.

"El agua le va a venir bien a las viñas", afirma Santiago Castro, técnico del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Toro. Y es que según las estimaciones que se tenían hasta el momento, el campo mostraba un déficit de 50 litros por metro cuadrado. Hace apenas unos días, tras las poderosas lluvias, se llegaron a registrar hasta 28 litros por metro cuadrado por lo que "hemos cubierto la mitad de las necesidades de los cultivos por el momento", detalla el técnico de la DO.

La enorme cantidad de agua que precipitó por toda la comarca toresana ha sido un comodín inesperado por los agricultores y bodegueros, que ya veían como sus inversiones peligraban ante la escasez de agua sufrida durante todo este 2017. La sequía había dejado el suelo "desierto", el subsuelo necesitaba agua para sostener las altas temperaturas de los meses de julio y agosto, por norma más secos. Las lluvias de estos días han permitido que esa capa ulterior se empape, garantizando el sustento de las vides. Sin duda, estas precipitaciones tan poco estivales han sido una bendición para el campo dedicado al cultivo de la uva. No obstante, los vitivinícolas se enfrentan ahora un enemigo diferente a la sequía: las enfermedades fúngicas.

Los hongos más característicos de esta época son el mildiu y el oídio. El primero está "prácticamente descartado", según la opinión del experto Santiago Castro. Esto se debe a que las condiciones de elevada humedad relativa (a partir del 75-80%) que necesita este hongo para reproducirse por la vid no parece que se vayan a dar. Por norma, esta enfermedad aparece con temperaturas benignas, entre 16 y 22 grados, con mucha humedad en el ambiente y puede llegar a atacar a todos los órganos verdes de la planta, con la consecuente pérdida de una parte importante de la cosecha. El mildiu es fácil de reconocer, ya que suelen aparecer manchas amarillas en la hoja de la vid y una pelusilla blanquecina en el envés. Dicho hongo se suele trata con productos de contacto, penetrantes o productos sistémicos.

El oídio sí que es un contratiempo con el que se pueden encontrar fácilmente los viticultores durante estas fechas. Es similar al mildiu, solo que no requiere de tanta humedad relativa y se puede dar con temperaturas algo más altas. Esta enfermedad fúngica suele ser especialmente problemática en la fase de envero, cuando empieza a pintarse al uva (coger color).

Según el experto Santiago Castro, "se prevé que entre 10 y 15 días pueda instalarse el oídio en las plantas". Los daños que conlleva este hongo pernicioso se traduce en ablandamiento de las uvas, pudiendo llegar a secarse y producir daños generalizados en el racimo. Precisamente, para evitar perder parte de la cosecha los agricultores "deben tratar esta enfermedad con azufres en polvo que posibilite llegar a todas las partes de la planta", señala el técnico de la DO. El hongo del Oídio se encuentra en el interior de las yemas y de los sarmientos durante el invierno para salir al exterior durante el comienzo de la brotación.

Los tratamientos con azufre, los más comunes para combatir estas enfermedades fúngicas, son conocidos en el argot fitosanitario como productos de contacto. Se pueden utilizar como método preventivo y son especialmente comunes ya que son efectivos sin penetrar en el interior de la planta. Además, su limpieza es relativamente fácil, ya que se produce con el agua de lluvia.

Casi todos los cultivos adscritos a la Denominación de Origen se beneficiaron de la tromba de agua caída en los últimos días. Especialmente bien parados han salido los viñedos del término municipal de Toro, Morales de Toro y Villaester.

"Ahora sería ideal que hiciera calor, sin superar máximas de 31 grados", señala Santiago Castro. El campo vinícola reclama ahora dos cosas de la meteorología local: temperaturas altas, sin ser excesivamente elevadas y algo más de agua que supla la carencia acumulada durante todo el año.