La Casa de Cultura de Toro acogió el pasado viernes la conferencia "Los maestros artesanos en las ciudades de Zamora y Toro en el siglo XVIII", impartida por el historiador Eduardo Velasco y organizada por la Confederación General del Trabajo (CGT).

Desde un primer momento Velasco dejó claro que en su afán por estudiar la historia nunca los grandes protagonistas (reyes, emperadores, dictadores?) ocuparon un papel central. El historiados afirmó que le gusta "la historia del pueblo con nombres y apellidos". El poema "preguntas de un obrero ante un libro" de Bertolt Brecht, una afamada oda a los antiguamente llamados estratos bajos de la sociedad con el que empezó su exposición, dio fe de ello.

Aunque la charla llevaba por título "maestros artesanos", Velasco desveló que la definición de artesano no comenzó a utilizarse hasta mediados del siglo XIX y que por la centuria que ocupaba 1700 la denominación era maestro, seguido por el oficio que desenvolviese: zapatero, herrero, tejedor, etc.

La llegada de los Borbones a la Corona española y el siglo XVIII llegaron de la mano, con ellos el territorio español cambio considerablemente: Toro y Zamora pasaron a ser consideradas provincias o intendencias diferenciadas. En aquella época la provincia de Toro estaba formada por la actual comarca de Toro, la comarca de La Guareña y por varios territorios de Palencia y Santander. La provincia toresana sobrevive hasta 1833.

Acceder a maestro artesano en la España del siglo XVIII era un mundo de posibilidades, con grandes probabilidades de promoción social y económica. Para lograr este título los candidatos debían pasar un examen, que una vez superado se constataba a través de un certificado, la carta de examen, que otorgaba el beneplácito para ejercer ese oficio, montar un negocio y tener aprendices al cargo. Realizar dicha labor sin carta de examen estaba penado con la cárcel. Los gremios, que eran los que diversificaban estas labores, se encargaban de velar por el buen funcionamiento de estos exámenes y controlaban que nadie ejerciese sin dicha autorización.

Para ser maestro no bastaba con presentarse al examen, sino que había que seguir una línea ascendente profesional: primero se entraba como aprendiz a algún taller propiedad de un maestro ya reglado, posteriormente se ascendía a oficial, que permitía presentarse al examen y lograr el título de maestro.

La carta de aprendizaje, que se utilizaba en los talleres de los maestros artesanos para contar con aprendices, es lo más similar a lo que hoy en día entenderíamos por un contrato de trabajo.

Había ciertos oficios, como el de los alfareros, que no estaba gremiado y por lo tanto no requería de carta de examen. Estos oficios eran generalmente familiares, con un fuerte carácter endogámico y en donde la regulación de los gremios todavía no había conseguido entrar.

Las cartas de examen de Zamora y Toro escrutadas por Velasco arrojan estos datos: en Zamora el 50% de los examinados eran vecinos de la provincia (Sayago, Tierra del Vino y del Pan); cuyos oficios más demandados eran los relacionados con el vestuario (sastre, zapatero y tejedor de paño), los herreros y los cerrajeros. En Toro, por su parte, la mayoría de examinados eran foráneos y apenas se diferenciaba entre herreros y cerrajeros.

De las 994 cartas de exámenes de Toro analizadas por Eduardo Velasco, la gran mayoría de ellas corresponden a personas que no residían en la provincia de Toro. Hay multitud de examinados de Salamanca, Valladolid, Zamora, Galicia, Santander o Medina del Campo. Esto demuestra que Toro, durante el siglo XVIII, era un enclave mucho más cosmopolita de lo que es hoy en día la capital de nuestra provincia.