50.000 euros, 138 escalones, tres salas, una torre y un patrimonio histórico-artístico imponente. Esto es lo que sabíamos hasta ayer de la torre-campanario de la Colegiata de Santa María la Mayor, es el resumen de los resúmenes, pero una joya arquitectónica como esta no podía quedar en un epítome de estas proporciones. Con el fin de remediar esta situación les invitamos a que nos sigan a través de la nueva atracción de la principal iglesia de la ciudad.

No seremos los primeros en emprender este viaje, ayer ya lo realizaron personalidades públicas como la presidenta de la Diputación, Mayte Martín Pozo; el vicepresidente y portavoz del PP de Toro, José Luis Prieto y el alcalde de la ciudad, Tomás del Bien. De maestro de ceremonias y guía contaron con Roberto Castaño, párroco local y uno de las mentes que pergeñaron este proyecto. Junto a él Claudio Pedrero, arquitecto y autor de una tesis doctoral sobre la Colegiata, y Javier Vila, profesor del máster de rehabilitación de la Universidad Alfonso X el Sabio. Esta comitiva fue el primer grupo de «turistas» en visitar la flamante inauguración de edificio medieval.

La torre tiene tres etapas o paradas que se sitúan a distinta altura según vamos superando los escalones. Tras enfilar una estrecha, pero firme, escalera de caracol labrada en piedra nos plantamos en la primera sala, también conocida como «centro de interpretación de la construcción», la antigua casa del campanero en los años en los que todavía existía la profesión. Este pequeño aposento es un mini museo en el que se explican a través de textos, herramientas e infografía los conceptos mediante de los cuales se implementó la construcción del templo. Uno de los elementos que más destaca es la grúa del siglo XVII que corona el centro de la cámara, su estructura es muy similar a las grúas utilizadas durante la construcción de la joya arquitectónica de Toro. Tal y como destacó Roberto Castaño durante la visita oficial de ayer, esta primera exposición no hubiera sido posible sin el trabajo de estudio y recopilación de documentación realizada por el doctor en Historia y arquitecto Claudio Pedrero.

Unos escalones más arriba la sala del reloj es la protagonista. En ella, se muestran como principales atractivos la maquinaria que se encargaba de que las agujas del reloj nunca fallaran y las increíbles vistas que la altura permite disfrutar. Esta parte de la torre no siempre lució un estado tan «saludable», construida en el siglo XIII la parte superior sufrió derrumbamientos, en parte ocasionados por el terremoto de Lisboa que azotó a toda la península ibérica en 1755, siglo en el que se procedió a su reconstrucción.

La maquinaria del reloj fue construida por José Francos en 1781. El intrincado mecanismo del reloj, lleno de palancas, engranajes y ruedas dejan paso a la serenidad y la sencillez de las vistas, las cuales permiten disfrutar del curso del río Duero por las faldas de la ciudad o el cimborrio que preside el sagrado templo.

La última estancia se encuentra en el cuerpo de campanas, la parte más alta de la torre que guarda las 11 campanas que componen el coro que marca las horas puntualmente. Cada campana dispone de un dispositivo eléctrico que la hace sonar. Entre las piezas que componen el campanario destacan los címbalos del siglo XVIII y la campana «María», que sobresale por su tamaño y sus 400 kilos de peso. Pero en esta última sala, no solo se disfruta de estas grandes estructuras, sino que las vistas, al igual que en la habitación del reloj, son privilegiadas. La vega, la Colegiata desde los cuatro puntos cardinales, Monte la Reina, toda la ciudad de Toro e incluso Zamora a lo lejos cuando no hay bruma son el paisaje del que se puede disfrutar si se está dispuesto a subir los 138 escalones que hay hasta esta alcoba. Ayer, desde esta posición privilegiada la presidenta de la Diputación y el alcalde aprovecharon para agradecer a todas las personas e instituciones que habían permitido que este proyecto haya salido adelante.

La torre-campanario de la Colegiata se perfila como uno de los trabajos que marcan un antes y un después en la ciudad toresana. Esta remodelación ha sido posible gracias a la importante inversión de 50.000 euros realizada por las parroquias de la ciudad de Toro. Sin duda, esta nueva atracción será un incentivo para el turismo de Toro. Tanto Martín Pozo, como del Bien coincidieron en resaltar que esta es una muestra de «la vida después de las Edades del Hombre» y del futuro que le espera a la villa zamorana