Una jornada para recordar a todos aquellos que ya no están entre nosotros. Un día, el de ayer domingo, en el que la cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla de Toro celebró la tradicional Fiesta de los Difuntos.

En esta fecha se rinde homenaje a los hermanos y familiares fallecidos donde la emoción y el recuerdo marcan dicha festividad. El sol acompañó a los asistentes, a pesar de las bajas temperaturas, a lo largo de una jornada que comenzó con la procesión desde la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina hasta el cementerio de Toro.

La procesión realizó diversas paradas, marcadas por la cofradía a lo largo del recorrido, en las que el párroco local, Roberto Castaño, junto con los hermanos y demás feligreses rezaron responsos en memoria de los difuntos.

La comitiva comenzaba con los diputados que portaban la cruz y los ciriales seguidos de los escribanos que llevaban el guión. Tras ellos, se situaron el grueso de los hermanos de la cofradía que transportaban la ofrenda floral que sería posteriormente depositada en la capilla del camposanto al igual que el año anterior. A los miembros de la hermandad les precedían los celadores encargados de transportar la campana y los portadores la corona de difuntos, los abades en ejercicio y el capellán, en un desfile que cerraba la junta administrativa.

Tras llegar la procesión a la Calle Mayor, se sumaron las autoridades locales con el alcalde de Toro, Tomás del Bien, portando el bastón de mando.

La procesión continuó su recorrido por la calles Puerta del Mercado, Corredera, Carlos Pinilla, Alberca de Capuchinos para finalizar el mismo en el camposanto de Toro en el que aguarda otros hermanos de la cofradía así como un nutrido grupo de feligreses.

Ofrenda floral

Tras la llegada al cementerio, se dio paso a la celebración en el catafalco que posee la cofradía donde el párroco ofició la eucaristía en recuerdo de las personas fallecidas. Una eucaristía a la que dio paso a la ofrenda floral en la capilla del camposanto y que fue depositada por los ocho abades en ejercicio como recuerdo y homenaje a todos los hermanos de la cofradía.

Tras esta honra a los difuntos, los miembros de la hermandad emprendieron el regreso a la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina. Un retorno que comenzó en el camino del cementerio para continuar por el cruce de San Antón con el paseo del Canto y proseguir por las calles San Antón, Rúa de Arbas, Tablaredonda, Cañuelo La Reina, Gallinas, Santa Marina, El Sol, Rejadorada, Rúa de Santa Catalina para, finalmente, regresar al templo.

En la iglesia se rezó el último responso, bajo el Cabildo de Santa Catalina. Dicho rezo puso fin a una jornada de gran tradición en la ciudad en la que se rindió homenaje, de manera especial, a los hermanos fallecidos.