Si vienen nubes del oeste con peligro de lluvias copiosas se alertará sobre la zamorana porque pueden caer chabalcones de agua. Si el niño se divierte en el parque y se cae de bruces, es que andaba jugando en el columbio y se ha esbrocicao. Y si el tipo era alto y delgado y con la camisa desabrochada, es que era un langares que venía esfolao. El vocabulario de Toro y su alfoz le da tres vueltas de tuerca a los Diccionarios de la Real Academia de la Lengua y deja en el uso más o menos habitual de la población diferentes palabras o expresiones que serán muy difíciles de descodificar para aquel que no esté acostumbrado. El de fuera no sabrá qué se avecina cuando le avisen de la «canícula». Y mejor que no sepa lo que significa «mudadal» si alguien lo manda allí. Por no hablar de las «morceñas» que le pueden salpicar si acude a alguna de las hogueras de San Juan.

Quizá no se pueda hablar de lenguaje dialectal, pero Juan Carlos González Ferrero lo definió como vocabulario occidental del habla de Toro en su estudio realizado años atrás. Se trata de palabras y expresiones autóctonas de uso común que a día de hoy aún siguen saliendo de las bocas de los toresanos. El doctor en Filología las clasificó por campos y usos. Así, por ejemplo, se encuentran las referentes a la vid y el vino, toda una institución en la tierra. Aquí el racimo pequeño es un «cangayo», el mosto se «meje» durante la fermentación y la flor se cae cuando «pasa la cierne». Si hay que picar el racimo, se «calducea»; no se utilizan tinajas pequeñas, sino «chichorras»; y si faltan plantas en una viña joven y hay que colocarlas a los dos o tres años, se «gavia en la marrada».

Los animales también tienen capítulo aparte. Las ovejas, por ejemplo, cuando no pueden pastar por el calor que hace, «no carian»; y tampoco balan, sino que «berrian». El burro «rozna», no rebuzna. La avispa te clava el «guijo». Al ganado se le «embrisca», nada de azuzar». Y la hembra en celo está «levantada» o «anda al macho». Y lo mismo para el campo, donde el abanico de posibilidades es inmenso. Por ejemplo, una finca plantada de vides y de árboles frutales es una «josa»; la reguera en una huerta se puede llamar «madriz»; el timón del trillo es un «cambizo»; la cama del arado es una «camba»; un «garojo» es un zuro; la pina es el «pescuño» y el «piquetín» es un instrumento para sembrar a golpe. Incluso las acciones tienen su propia alternativa. Cuando un agricultor «esparrama el ciscal» se encuentra extendiendo la mies. Y si «da la segunda bima» es que está en la tercera vuelta con el arado. Para la vuelta anterior, se dirá que está «gradiando»; y si uno «coge el vilorto» se refiere al vencejo para atar el haz.

El cuerpo humano mantiene en Toro denominaciones aparte. Los padrastos del dedo son «espigones» o «respingones»; una persona alta y delgada es un «barandal» o un «langares»; la cara es «caluterio»; el cerviguillo es un «pistorejo»; y la «carrasquiña» se refiere a la parte más púdica de las mujeres. En cuanto al comercio, un hombre que no mide cuánto gasta y se dedica a invitar a diestro y siniestro, despilfarrando todo lo que llega a sus manos, no es un derrochador, sino un «derrotón». Lo barato cuesta «dos realines» y el deudor es un «trampiau».

El «diccionario» alternativo toresano que elaboró Juan Carlos González Ferrero también plantea vocablos para las diversiones. La «castañina» es una peonza; el infernáculo o rayuela es «el imbo»; la chita es «la tarusa» y los «petacos» son los discos usados en ese mismo juego.

En cuanto a la familia y la vida social, González Ferrero arranca su recopilación con uno de los vocablos autóctonos más reconocidos fuera del alfoz, «chiguito». Pero no es el único. Un niño torpe será llamado por sus congéneres «cabezaesterquero». Para un bebé que se ha pasado de los nueve meses a la hora de salir del vientre de su madre se dirá que nació «de las escurribajas». Un pequeño mal desarrollado es un «milindrín» o un «miñambre». Incluso para la adúltura hay una palabra específica: «pelifrustiana».

Como indica Juan Carlos González Ferrero en «Palabras y expresiones en el habla de Toro», los vocablos anteriormente citados tienen diferentes clasificaciones en cuanto al uso generalizado dentro de la comunidad y la frecuencia de aparición media o mínima en las conversaciones de la comunidad. No obstante, los más mayores del lugar conocerán de buena mano estos y otros tantos ejemplos de vocablos que únicamente se dan en la ciudad de Toro o, como máximo, en su alfoz. La lengua es una de las partes más importantes a analizar cuando se trata de valorar a un pueblo. Y, sin duda, conservar gran parte del vocabulario de antaño es una gran riqueza a nivel cultural de la que Toro puede estar bien orgulloso.