Tras varias semanas «escondido» en algún lugar de la localidad, el verraco o toro de granito que simboliza a la ciudad de Toro ha vuelto a su ubicación habitual, o por lo menos a la última, frente al Arco de Santa Catalina, donde permanece desde 1968. La escultura ha estado a buen resguardo mientras que ejecutaba la nueva rotonda sobre la que se asienta, dando entrada al municipio

El verraco h sido desplazado, al igual que la rotonda, dos metros sobre su localización anterior y ha sido elevada la altura del pedestal sobre el que se asienta, según ha explicado el concejal de Obras y Urbanismo, Fernando Caballero, para dotar a la escultura celtibérica «de una mejor visibilidad» a fin de «ponerla en valor». Además, la plataforma de piedra ha sido reforzada con hormigón armado para evitar que sufra daños ante un posible impacto de algún vehículo en la rotonda. «Hemos querido asegurarnos de que ningún coche pueda impactar directamente contra la escultura», ha señalado Caballero en este sentido.

La figura es de grandes dimensiones, tiene roturas en las patas y el hocico, y una gran hendidura en el lomo derecho, presentando también oquedades en la cabeza al nivel de las astas y otra igual en cada costado. Según el historiador José Navarro Talegón, el toro de granito estuvo situado junto a la antigua audiencia pública, en la Plaza Mayor, «hasta las reformas efectuadas en ésta» durante el siglo XIX.; después pasó al atrio de la Colegiata y se trasladó más tarde a otra entrada de la ciudad, el Arco de Corredera, y desde él al lugar actual, ante la puerta de Santa Catalina. Algunos cronistas como Francisco Casas y Ruiz del Árbol cree que su localización original pudo estar en un lugar próximo al puente sobre el Duero, donde «se administraba en algunos tiempos la justicia, modo del lugar de la picota de otras partes», aunque reconoce que «no pasa de ser una suposición indemostrada». Muchos toresanos piensan que estuvo sobre el puente de piedra y que fue subido a la población, quizá haciendo se eco de una vieja leyenda que cuenta que un toro real remolcó a la campana «María», de la torre de la Colegiata, desde las orillas del río hasta las inmediaciones del templo, donde quedó convertido en piedra.

Los expertos creen que el varraco fue quien dio nombre a la ciudad cuando en ella lo hallaron los repobladores cristianos en tiempos del Alfonso III. La escultura forma parte de un conjunto de piezas o vestigios arqueológicos de origen celtíbero que, según señala Navarro Talegón en su «Catálogo monumental», «patentizan la existencia de un castro que posiblemente se corresponda con la antigua ciudad vaccea citada por el geográfico y astrónomo griego Ptolomeo» y que otro historiador mucho más reciente, Gómez Moreno, «hizo coincidir» con la Arbocela del «Itinerario de Antonino» -recopilación de rutas del Imperio Romano-, situada en la calzada de Mérida a Astorga y Zaragoza, en el ramal de ésta última que parte de Ocelu Duri (Zamora).Una población que, según Navarro, cabe identificar con la Arbocala cuya conquista por Anibal es mencionada por Tito Livio en sus «Décadas».

Los verracos, en los que algunos creen ver un cerdo más que un toro, son restos dejados por los pueblos prerromanos -a los del centro de la península se les suele llamar Celtibéricos-.Su función exacta se desconoce, pero algunos expertos piensan que podrían tratarse de figuras que protegerían mágicamente a los ganados, pues muchos de estos verracos se encontraban en las cañadas. Este tipo de figuras protectoras (al igual que las esfinges egipcias) se las denomina apotropaicas. El cronista toresano Francisco Casas, enmarca también al verraco de Toro en el fin de estas toscas esculturas como hitos colocados en los caminos -en puentes o cruces- «como punto de referencia para denominaciones o para cómputos de itinerarios». También dice que pudiera deber su existencia «al deseo de querer representar con ella a la divinidad ibérica representativa de la corriente caudalosa de los ríos».