Una publicación especializada de ámbito nacional, "Historia 16", dedica varias páginas de su último número a hablar de la batalla de Toro, de la que resalta «pocas veces» una contienda «ha sido tan decisiva para la supervivencia de un país como lo fue la de Toro para España». "La batalla de Toro. El nacimiento de una nación" es su título.

El reportaje comienza hablando del casamiento entre Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla, 17 y 18 años respectivamente, en Valladolid en 1469. Unas nupcias que se celebraron «en el mayor de los secretos», sobre todo porque Isabel contrajo matrimonio en contra de lo acordado con su hermano Enrique IV, quien «tenía reservado» para su hija, Juana la Beltraneja la corona. El pacto implicaba que Enrique aceptaba la designación de su hermana como sucesora -muerto el otro heredero, Alfonso, hermano de ambos- a condición de que no pudiera contraer matrimonio sin contar antes con su consentimiento. Enrique IV rompe también el acuerdo y nombra heredera del trono a su hija. «Junto a él se alinearon aquellos nobles que veían peligrar sus dominios» y como «adalid de su causa» escoge al rey Alfonso V de Portugal, con quien casa a su hija.

La guerra gestada por el rey luso coge desprevenidas a las familias castellanas, que carecían de un ejercito bien organizado. Fernando II consigue organizar ese batallón, pero quien lo arma fue la Iglesia, «tales eran lo deseos de ver a Isabel con la corona real ciñendo su cabeza». Alfonso V, mientras tanto, ante las quejas de sus gobernadores, debe enviar a parte de su ejercito al Sur para proteger sus bienes mientras ellos esperaban en Arévalo, y el resto se encaminó a Zamora y a Toro, «plaza bien fortificadas que terminaron siendo conquistadas». En Toro estableció su nuevo cuartel y «allí se dirimiría el futuro peninsular».

Encontronazo entre reyes

En su primer encontronazo con las huestes del portugués en Toro, el rey de Aragón se vio obligado a tocar retirada, mientras que Alfonso «decidió esperar más refuerzos para asegurarse la victoria». Isabel, por su lado, «se esforzó porque se sumaran a la causa aquellos nobles que hasta entonces estaban en el bando portugués». Enterado Alfonso V de las deserciones en sus filas y de que el «prometido ejército francés» de apoyo no iba a llegar, intentó sin éxito alcanzar un acuerdo con Fernando II, ofreciéndole «la renuncia a sus pretensiones territoriales, a cambio de Galicia, Toro y Zamora».

Las nieblas con que amaneció aquel 1 de marzo de 1476 dieron ventaja al de Aragón, pues el luso no pudo usar la artillería, por lo que la contienda «se dirimiría mediante la espada». Cada ejercito se componía de unos tres mil soldados divididos en tres cuerpos. Uno de ellos era comandado por el cardenal Mendoza en el bando castellano y el otro por el arzobispo de Toledo en el portugués; otros dos por ambos reyes. Fernando intentó hasta el último momento salvar la vida de sus soldados ofreciéndose para que «la lid se dirimiera en un combate personal con Alfonso», pero sus consejeros reprobaron la idea y también lo hizo el hijo de Alfonso, que le advirtió de la diferencia de edad -el portugués tenía 44 años y 24 el aragonés- y de que contaban con más soldados. Durante cuatro horas «se peleó sin un claro vencedor» hasta que Fernando «se dirigió con lo más granado de sus soldados al cuerpo central enemigo, que cayó después del mucho esfuerzo vertido». Percibiendo Alfonso la derrota, «no tuvo más remedio que huir hasta su refugio en Castro Nuño». Dice el artículo que «en los días siguientes se produjo un hecho que empañó la caballerosidad vertida antes en la batalla» cuando los vencedores persiguieron a los derrotados que intentaban refugiarse en Portugal. «Solo cuando estos desmanes llegaron a oídos de Fernando pudo detenerse la matanza».

«La victoria supuso el fin de las aspiraciones territoriales de Alfonso V a través del convenio de Valencia» y las casas nobiliarias castellanas reconocían a Isabel como su reina y a Fernando II como su rey». Castilla y Aragón «quedaban unidos».