El Instituto de Estudios Zamoranos prepara la publicación del estudio titulado "Fuentes rurales del término de Toro", del toresano Manuel Otero. Un compendio de 300 páginas en el que se hace una catalogación exhaustiva de todas las antiguas construcciones toresanas, así como un análisis previo de la importancia histórica, etnográfica y antropológica que tuvieron. Otero es también el autor de la guía de campo que ha distribuido recientemente la asociación Proculto, en la que las fuentes sirven como «pretexto» para crear rutas de paseo por diversos caminos del extenso término de Toro, en los que contemplar no solo estas construcciones, sino otras como las tudas o la «enorme» riqueza faunística y de flora de la zona.

- Lo suyo con las fuentes de Toro no es de hoy.

- Es de hace muchos años. Yo llegué a conocer varias de ellas cuando aún tenían un uso, pero en los últimos quince o veinte años se han degradado más que en los dos siglos anteriores, porque hay que tener en cuenta que muchas son medievales, aunque es muy difícil documentarlas, porque no se trata de monumentos, sino que eran construcciones que se hacían para dar de beber al ganado y a la gente. El término de Toro es inmenso, la Campiña era muy seca, y había muchos despoblados, por eso había tantas fuentes. Soy un entusiasta de ellas porque jugaron un papel determinante en la forma de vida de la zona, eran el eje central; de hecho, muchas veces eran las fuentes las que daban el nombre al pago donde se asentaban, como la de Jacinto.

- ¿Cuántas ha contabilizado?

- Ahora mismo hay más de cien, en realidad unas 120, lo que pasa que algunas de ellas son dobles, aunque yo las contabilizo por separado, es decir, son fuentes germinadas, hay dos alzados; se encuentran a pocos metros una de otra y en algunos casos fluyen en el mismo pilón, como por ejemplo la de Verdejillo, que se encuentra en Las Contiendas. Muchas están en terrenos muy alejados donde los agricultores de Toro ya no cultivan. En el libro, además, dedico el último capítulo a la veintena de ellas que han desaparecido.

- ¿Se conserva alguna anterior al medievo?

- Hay una, la del Ave María, de San Miguel de Gross, que incluso pudo ser preromana, aunque fue restaurada en el siglo XVI. Esta fuente está documentada y fue rehabilitada por el señor de Villalonso, que luego fue conde, y que hizo allí una quinta que fue muy famosa porque fue a cazar el rey Felipe III cuando tuvo la corte en Valladolid, aunque en este caso se trata más bien de fuentes que luego formaron parte de jardines, como ocurre con la del Toribio, que está en el mismo lugar. Las dos están cercadas y no se pueden visitar. También hay algunas que, aunque no están documentadas, se piensa que son romanas, como la de Barzalema, que está situada en el límite de Villalube, en una cañada que unía dos cañadas reales, y hay que tener en cuenta que la mayoría de las cañadas se hicieron aprovechando antiguas rutas romanas.

- Por contra, ¿cuáles son las fuentes de construcción más reciente?

- Las últimas se hicieron hace 30 o 40 años y son bastante desdeñables desde el punto de vista etnográfico y constructivo. Fueron hechas por las antiguas cuadrillas que tenía el gremio de labradores, la Cámara Agraria, a los que popularmente se les conocía como los "obreros de la conversación", porque se dedicaban más a hablar que a trabajar, y se encargaban también de arreglarlas y mantenerlas. Lo peor fue que algunas las reconstruyeron, mejor dicho, las destruyeron, porque estropearon algunas mudéjares, muy hermosas. Las fuentes fueron útiles como tal hasta los años 60.

- ¿Cuál es la mejor conservada?

- Curiosamente las más antiguas, como la de Barzalema. Hace unos años con el grupo Adalia fuimos recuperando hasta una docena de ellas con dinero público, subvenciones, como por ejemplo la de Matalobas, en la que pusimos una tubería de drenaje en el hontanar y conseguimos que saliera un caudal importante de agua, pero se secó automáticamente cuando hicieron una extracción de áridos que, aunque estaba unos 400 metros más arriba, e ve que rompieron la cuenta de alimentación. Una lástima. Las graveras han hecho mucho daño en Toro, porque han roto la capa freática. Otras se han visto perjudicadas cuando se han hecho los caminos. También recuperamos una gótica, la fuente de Jacinto, que es abovedada de medio cañón, como lo son la mayoría, aunque también las hay adinteladas; de ésta permanece la estructura.

- ¿Cuál es el estado general de estas construcciones?

- La mayoría están en malas condiciones. Se puede decir que en la tercera parte fluye bien el agua y hay otra parte en la que el agua se mantiene latente, no mana mucha cantidad y hay épocas del año en que se secan, pero tienen un alto valor ecológico porque a su alrededor sobreviven especies de anfibios que están en peligro de extinción como los tritones. En la fuente de Valdemantas, que se encuentra en Valdefinjas, aunque yo la incluyo porque esta población y también Peleagonzálo se intercalan en Toro, hay una colonia de dos clases de tritones, los gallipatos y los tritones jaspeados, que es la única que queda en Toro y que puede venir de siglos, porque son animales que no se pueden casi mover de lugar. Es muy curiosos, porque la fuente está a kilómetros de cualquier zona húmeda.

- Antropológicamente, ¿qué aportan?

- En este sentido tienen un gran valor para conocer cómo vivía la gente; jugaron un papel muy importante durante siglos. Los labradores se hacían las tudas -excavaciones subterráneas que habilitaban como especie de vivienda durante las temporadas que realizaban labores en el campo lejos del pueblo- cerca de las fuentes. Además hay fuentes que se hacían especialmente para estar ubicadas en las cañadas, como la de Magarín, las cuáles tuvieron mucha importancia en los siglos XV y XVI durante la época de la trashumancia y trasterminancia, un variedad de la primera que se aplica a las rutas menores, que eran las más habituales en Toro. Estas construcciones se hacían con abrevaderos muy largos para los rebaños de ovejas.

- Las había, por tanto, de diferentes tipos.

-Sí, aunque todas tenían servicio humano y, por tanto, todas tenían arca, es decir, el lugar donde podía acceder solo el hombre y donde no se dejaba entrar a los animales. Como casi ninguna tenía un chorro permanente, había que almacenar en el arca el agua cristalina, la que se utilizaba para beber o para lavarse, y por eso este recinto estaba siempre protegido. Había algunas parietales que no necesitaban arca, como la del Soto -por encima de Peleagonzálo- o la de Corita, muy antigua, donde el agua manaba de la roca y fluía permanentemente. Hay algunas del XVI que son preciosas y muy elegante, la mayoría de piedra y ladrillo, y cuatro de ellas, las más próximas a los caseríos o poblaciones, tenían lavadero.

- ¿Y en cuanto al servicio para el ganado?

- La mayoría tenían ese fin. Las destinadas a los animales de labor tenían al abrevadero más pequeño y más alto, aunque con frecuencia tenían dos, uno para los de labor y otro más largo y más bajo para las ovejas, el cual recogía el agua del primero y estaba algo alejado, ya que había suspicacia de los labradores hacia los ganaderos por el tema del contagio de enfermedades. Las de cañada, además, solían tener un vestíbulo achinarrado para que los animales no hiciesen barro al pasar.

«Más de la mitad aún son públicas y el Ayuntamiento debería protegerlas»

- ¿Cree que las instituciones deberían implicarse más en su conservación?

- Por lo menos en las que están en mayor peligro, que son muchas. Todos los años se caen unas cuantas y otras las han tirado, como ocurrió cuando se hizo la concentración en que, pese a ser públicas, las dejaron en terreno privado y las eliminaron. Ha habido alguna excepción, como las de las fincas de Sariñana y Castrillo, que fueron restauradas por su anterior dueño, una persona sensible a estos temas. Por el contrario, una muy hermosa del siglo XVIII, la de Valdeusenda -que no Valbusenda- o la Bellota, ha sido aniquilada recientemente con las obras de una bodega y un hotel que han hecho en esa finca, simplemente porque los camiones pasaban por allí. No les hubiera costado nada arreglarla. Era de piedra y le fluía mucha agua; Gómez Latorre hablaba de ella en su "Corografía de la provincia de Toro" e incluso se dijo que su agua tenía fines diuréticos. En otra como la de La Quintana desapareció la enorme losa que la cubría y alguien me contó que se la había llevado un hombre para su chalet. En fin, que el desprecio es absoluto y el Ayuntamiento debería hacer algo, porque más de la mitad siguen siendo públicas. Hace más de año y medio el concejal de Obras me pidió un catálogo para incluirlas en el Plan General de Urbanismo y poder protegerlas, pero se siguen cayendo. Y no sería difícil protegerlas, porque hay ayudas para recuperar elementos de valor etnográfico como fuentes o palomares, como se ha hecho en Valladolid.