«No he visto año como éste. Hay mucha madera, te eternizas cortando vides, apenas se avanza y las horas vuelan. Esta va a ser, sin duda, una de las podas más caras de los últimos años». Angel Sánchez, de Sanzoles, empezó a podar muy pronto, en diciembre. Aún así, todavía le queda mucha tarea por hacer. La abundancia de vides y el vigor insólito de éstas, como consecuencia de las fuertes precipitaciones caídas en el pasado invierno y primavera, hace más difícil esta tarea, la más oscura de la viticultura, aunque también la más efectiva e imprescindible.

La poda de la vid, que busca, esencialmente, según el ingeniero agrónomo Luis Hidalgo, dar a la planta, en sus primeros años, una forma determinada; posibilitar una cosecha anual lo más regular y constante posible; regularizar la fructificación, haciendo que los racimos aumenten de tamaño y maduren bien; limitar el potencial vegetativo de la planta, asegurando su desarrollo; atender al buen gobierno de la savia y a su prudente distribución; y disminuir las pérdidas de potencial vegetativo; se realiza entre los meses de noviembre y abril, aunque es, sobre todo, en enero y febrero, cuando se concentran los trabajos, ya que es en esta época cuando la planta está «mas muerta» y no sufre como consecuencia de la amputación de sus ramas.

Este trabajo tiene mucho de especialización, aunque en los últimos años, y como consecuencia de la implantación del sistema de "espaldera", se ejerce, de manera masiva, por empresas de servicios vitícolas, cuyos trabajadores utilizan las tijeras mecánicas (cuestan más de 4.000 euros) parapetados en grupos de presión y aparatos tirados por tractores. No obstante, todavía son muchos los viticultores que realizan la tarea de forma individual, tijeras tradicionales en mano, que afilan con la piedra de granito.

Como principio general, los expertos en este oficio recomiendan conservar en la cepa tantas yemas francas como sarmientos de al menos un metro de largo lleve la vid. No obstante, la D.O. Toro tiene establecido en su reglamento las yemas que cada viticultor puede dejar por hectárea, aunque esta circunstancia, como es obvio, es muy difícil de comprobar.

La poda genera, cada año, en la D.O. Toro -esta campaña aún más- al menos 10.000 toneladas de residuos. Los sarmientos inservibles, que antes se tejían en forma de manojos que se utilizaban como leña (tienen una enorme capacidad de combustión, aunque poca consistencia) son ahora despreciados y quemados en su mayoría (lástima que aun no se haya concretado el proyecto para producir energía con la transformación de los sarmientos). El podador deja los sarmientos cortados junto a la cepa y después son retirados o triturados mediante tractores y máquinas. Cada vez es más difícil encontrar al podador que recoge las vides a mano.

En muchos pueblos ya no hay podadores especializados, porque, en general, son profesionales ya mayores que van desapareciendo. Por eso ha ido cambiando en los últimos años los sistemas de poda. Ahora se tiende a dejar en la cepa más "carga" (más yemas) y abrirla, buscando la aireación. Antes, cuando los veranos eran más secos, se tendía a cerrar la disposición general para evitar la desecación. En algunas zonas de la D.O. Toro se mantiene la tradición de dejar una vara (más de cinco yemas) en la cepa junto a los consiguientes pulgares. Los especialistas recomiendan no reincidir en años seguidos la misma operación en el mismo brazo, llevando la vara a otro. A la hora de cortar, eso sí, hay que hacerlo de forma inclinada y sin arrimar la yema.