La ciudad de doña Elvira tiene un patrimonio visible a todos los turistas, como las iglesias, monasterios o palacios que inundan la ciudad, pero también tienen un auténtico tesoro patrimonial escondido, en el subsuelo. Las bodegas. Una de estas bodegas, situadas en las calles más antiguas de la ciudad, es la de Hermenegildo García de Tiedra, que se abre bajo el número 26 de Tablarredonda, aunque su tamaño supera ampliamente el sitio que ocupa la vivienda, conocida como Casa de la Nunciatura y fundada en 1512 por el obispo Alonso Manso.

El portal, decorado «a la antigua usanza» por sus propietarios, es el lugar por el cual se acceden a las antiguas cuadras, ahora reformadas y convertidas en un más que completo almacén de vinos y de licores, todos ellos elaborados por Hermenegildo García, o Gildo, como muchos le conocen. Pero antes de descender a las difíciles escaleras, desgastadas con el paso del tiempo y de la gente, es preciso observar el lagar, donde se almacenaban las uvas y el curioso sistema de poleas, donde se ponía en práctica «una práctica muy buena que luego desapareció» y que consistía en «separar las uvas del "rapojo" con una zaranda de cuerda», por la que los lagareros pasaban las manos. «Es una práctica que yo no conocí», dice Gildo, que recuerda al visitante que «es una práctica que ahora se ha vuelto a hacer, pero de forma más moderna».

Un alambique o alquitara sirve de adorno para las escaleras y, al mismo tiempo, advierte al visitante de lo que va a encontrar en el subsuelo, donde Hermenegildo García ha establecido un amplio y diverso almacén de licores, elaborados por él mismo de forma artesanal y mediante la destilación del orujo. Ningún turista y ningún curioso que se acerque a conocer las instalaciones será capaz de subir las empinadas escaleras sin catar alguna de las bebidas elaboradas por Gildo, de las que se siente plenamente orgulloso.

La primera reacción se la lleva el visitante al contemplar la amplia colección de vinos de Gildo, que cuenta con etiquetas de todos los países: vinos rusos, alemanes, canadienses, franceses, italianos... incluso uno griego. Según se desciende, se encentra otra sorpresa, en forma de burbuja, pues una de las bebidas que mejor domina Gildo es el champagne. Para su champagne, igual que para sus vinos y licores, cuenta con varios modelos de etiquetas, diseños exclusivos de varios amigos y artistas locales, como el pintor Jesús Pinilla.

La bodega, al igual que otras dependencias de la casa, tiene reaprovechados algunos despojos románicos de la desaparecida iglesia de la Magdalena, como cornisas ajedrezadas, algún que otro capitel y dovelas de una portada, decoradas con rosetas de pétalos esquemáticos. Además, la habitación más profunda conserva un arco medieval, muestra de la antigüedad de las instalaciones, además de una enorme cuba, donde los viticultores hacían sus mediciones, que marcaban con tiza. Además de una muestra de aperos de labranza, con los que Gildo ilustra sus explicaciones sobre el modo de elaborar vino tradicionalmente, guarda con recelo algunos objetos arqueológicos de la cultura ibérica y romana.

El propietario de la bodega de joven trabajó sus viñas y, hasta la concentración parcelaria, compraba las uvas, «porque a mí siempre me ha gustado beber vino y el vino que vendían en la Cooperativa de Toro era un desastre. Comprabas una garrafa de vino y a los cuatro días ya estaba avinagrado». La situación en la cooperativa de Morales de Toro no era mucho mejor, aunque «ahora todo eso ha mejorado». Gildo presume de tener vino «de hace 16 años todavía, tinto y blanco, que era mi especialidad», aunque hace tres años que lo ha abandonado. Ahora cede sus uvas «a un "chico" de Toro, que ya está jubilado, pero como es más joven que yo le llamo chico», bromea.

Además lleva varios años elaborando su propio champagne y regalándolo a los amigos, acompañado de un ayudante «que vive en Cataluña y lo domina, porque allí hay mucha afición» y que «vino a casa porque no sé quien le dijo que yo hacía». Esta situación es común en la vida de Hermenegildo García, que recibe visitas a diarios de turistas, desconocidos que han oído hablar de su casa o de su bodega y se acercan a curiosear y, de paso, probar las "pociones mágicas" de la bodega de la Casa de la Nunciatura. Por eso Gildo siempre dice: «¿Sabes cuál es el mejor vino? El ajeno, porque no cuesta», aunque orgulloso argumenta, «dicen que el vino mío es muy bueno».