"Los primeros 15 días, parecía estar tan normal. Como si nada hubiese ocurrido. Luego, de repente, cuando fue consciente de lo que había pasado, colapsó, se encerró en sí misma y en su habitación. No se duchaba, no se peinaba, no se vestía. Dejó de comer y apenas dormía. Se despertaba asustada y no podía volver a dormirse. Adelgazó 15 kilos en dos meses. Se quedó en los huesos. Estuvo dos meses con el pelo enmarañado, sin mirarse siquiera al espejo, hasta que la convencí para cortárselo. ‘Me doy asco’, me decía (su voz se rompe). Luego, se negó a volver a clase. Se metía en la habitación, y ni siquiera me hablaba a mí. No sabía ni cómo ayudarla".

Son las consecuencias de haber sufrido una brutal violación en grupo, por parte de cinco desconocidos, en una casa abandonada llena de basura y trastos cuando acabas de cumplir 13 años. Pero aún hay más. Mucho más. Quien habla es la madre de una de las niñas de 12 y 13 años salvajemente violadas en Burjassot (Valencia) el pasado 16 de mayo.

"Hasta ese momento, mi hija tenía un buen rendimiento académico. Hizo un muy buen primer trimestre. En el segundo empezó a flojear y el tercer trimestre lo perdió por completo". Tras la salvaje agresión sexual de las dos menores, que Levante-EMV, del grupo Prensa Ibérica, adelantó en exclusiva, llegó el segundo descenso a los infiernos para las niñas. La cofundadora de Vox Cristina Seguí difundió hasta la saciedad en su cuenta de Twitter un vídeo grabado por el entorno de los presuntos agresores a partir de un directo en Instagram en el que hablaban las dos menores y la amiga que propició la denuncia, difusión que en este momento está bajo investigación de la Fiscalía de Menores de València.

"Dejó de ir al instituto porque sus compañeros la vejaban, la insultaban y le hacían el vacío cuando se difundió quién era"

Fue la gota que colmó el vaso de la revictimización: la imagen de las niñas se coló en los móviles de media España. También en los de los adolescentes del instituto en el que estudiaba María (nombre obviamente ficticio para preservar su anonimato). "Empezó el ‘bullying’, los insultos y vejaciones de la peor calaña, dejaron de hablarle, le hacían el vacío". La menor se hundió definitivamente. "Llegaba a casa y se encerraba en su cuarto. Hasta que se negó a volver a clase. Tuve que ir y contarle a sus profesores lo que estaba pasando para que no le abriesen un expediente por absentismo. La poca autoestima que tenía se esfumó".

"Salimos del ambiente sucio"

La madre, atormentada, buscó ayuda y, por fortuna, la encontró. En la oficina de atención a víctimas del delito del municipio en el que vivían, primero, y en los servicios sociales municipales y autonómicos, después.

"Gracias a ellos, nos buscaron un lugar donde vivir y nos ayudaron a empezar de nuevo. Salimos de ese ambiente sucio en el que estábamos y ella empezó a mejorar un poquito, pero no termina de levantar cabeza". 

"La fuerza me la da luchar por salvar a mi hija. No quiero circos, quiero Justicia"

La madre se confiesa desesperada porque no sabe qué más hacer para sacar a su hija del agujero emocional en el que sigue inmersa, pero no derrotada. "La fuerza me la da luchar por salvar a mi hija. No quiero circos, quiero Justicia. Y, de momento, no la estamos teniendo. Han pasado seis meses y todo está parado. Mi hija está recuperando parte de su vida: está repitiendo curso, pero ya vuelve a tener los resultados buenos que tenía antes. Es cierto. También, que vuelve a comer y a dormir, aunque con altibajos. Pero su vida ha sido hecha añicos: no quiere salir, le está costando socializar y hacer amigos porque no se fía ni de su sombra. Ni siquiera puede comentar por qué está tan triste, porque teme que vuelvan a acosarla y a culparla a ella de lo que pasó, como hicieron sus anteriores compañeros". 

El proceso judicial impide la ayuda psicológica

Ese destrozo emocional, presente en todas las víctimas de episodios de violencia sexual o de violencia de género, pero sobre todo cuando son menores y el ataque ha sido extremo, solo tiene una vía de solución: el trabajo terapéutico con especialistas. El apoyo psicológico. María ni siquiera está teniendo esa oportunidad.

"Por eso he querido romper mi silencio, porque no podemos más. La asociación que nos ha acogido y que nos está arropando, ya tiene buscada esa ayuda, a través del Instituto Espill, con especialistas en abuso sexual, pero mi hija no puede empezar esa terapia porque el proceso judicial lo impide. Desde el Juzgado de Menores se nos ha advertido que, mientras la niña no declare en el proceso judicial, si habla con algún psicólogo, aunque solo sea para reconducirla en cosas como trabajar su autoestima o ayudarla a recuperar rutinas saludables, sin abordar la violación, considerarán contaminado el procedimiento judicial. Es una ratonera, porque mientras su rabia y su frustración siguen creciendo", expone la madre.

El oportuno olvido de los PIN

¿Y quién está obstaculizando que declaren? Las defensas de los seis acusados. Al tratarse de víctimas menores de edad, esa declaración debe realizarse con unas garantías determinadas: dentro de la llamada cámara Gesell, una habitación segura, en la que solo están presentes la niña y una psicóloga especializada, que le formula las preguntas que lanzan los abogados, la jueza o la fiscal desde el otro lado del espejo para que la víctima no se sienta intimidada.

A los retrasos obvios que produce el ingente número de causas con menores víctimas de abusos, se le suman las artimañas de las defensas. La primera cita era para el 18 de julio, tres meses después de las agresiones. No se celebró. Los abogados de los acusados alegaron que la Policía Nacional no había aportado el volcado de los teléfonos de los menores, donde hay audios e imágenes. ¿Por qué? Porque todos los acusados sufrieron una repentina pérdida de memoria: ninguno recordaba el PIN de su móvil

La segunda cita era para el 19 de septiembre. Tampoco se celebró por el mismo motivo. En ese momento, la Policía había logrado acceder a tres de los cinco teléfonos, pero los otros dos se les seguían resistiendo, así que fueron enviados a la Comisaría General de Policía Científica, en Madrid, con mejores medios. La jueza ha decidido no volver a citar a las menores para esa primera declaración judicial hasta disponer de todos los contenidos de los móviles para preservar los derechos de los acusados. 

"¿Y los de las niñas? Estamos sufriendo un auténtico maltrato institucional. Eso es lo que sentimos. Nos han dicho que, tal vez, las llamen para primavera. ¿Para primavera? ¿Un año después de las violaciones? ¿Cuando la memoria haya borrado lo que sufrieron? Y mientras, tiene que seguir sin ningún tipo de ayuda psicológica, metida en el mismo agujero", reflexiona.

"El daño ya es irreparable: la que ha tenido que cambiar de pueblo y de vida es ella"

Tras las violaciones y el posterior acoso en el instituto y en las redes sociales a la niña, madre e hija cambiaron de pueblo, borraron todos sus perfiles públicos en internet y se volvieron invisibles. Una nueva victimización para la menor. "No es justo. Nos tuvimos que esconder nosotras, es ella la que está oculta, mientras los que le hicieron esta barbaridad a ella y a la otra niña han seguido con sus vidas sin ningún problema. ¿Libertad vigilada? ¿De verdad alguien los está vigilando?", se pregunta esta mujer. "No solo le hicieron un daño que ya es irreparable, entre otras cosas porque no le permiten que reciba ayuda psicológica mientras no declaren ante la jueza, y no lo hacen porque lo están obstaculizando, sino que se rieron de ellas en los días siguientes, a las puertas del juzgado cuando salieron en libertad, y siguen riéndose en su cara. Y lo están haciendo con el permiso de las instituciones. Nuestra vivencia es que ellos gozan de toda la protección y las víctimas, de casi ninguna", concluye con amargura la madre.