"Muy pronto", los investigadores de la UCO de la Guardia Civil que buscaban al niño Gabriel Cruz desde el 28 de febrero del 2018 pusieron sus ojos sobre Ana Julia Quezada. Era la pareja del padre del crío y la última persona que lo había visto antes de que desapareciera a la puerta de la casa de la abuela en Las Hortichuelas (Almería). Las primeras averiguaciones sobre su vida anterior, desde los años 90 en Burgos, les hicieron ampliar ese foco. La mujer se había visto envuelta en la muerte, aparentemente por suicidio, de su primera hija y había dejado un reguero de engaños, que casi siempre afectaban a hombres maduros a los que había utilizado y sacado dinero.

"En cuanto vimos el lugar de la desaparición, tan aislado, ya pensamos en alguien cercano, del entorno más próximo, como el responsable", subrayan fuentes de la investigación. Ana Julia fue casi la primera opción para la Guardia Civil, pero los agentes no sabían si se trataba de un secuestro o un asesinato, si la mujer podía haber actuado sola o con ayuda de un cómplice. De hecho, la insistencia de Quezada en que la recompensa por encontrar al niño -10.000 euros­- era escasa y su propuesta de triplicarla hizo pensar que "Gabriel estuviera retenido, vivo, en algún sitio pero para eso Ana Julia necesitaría la ayuda de otra persona".

Posición privilegiada

La mujer estaba siempre en las búsquedas, junto a su pareja, el padre de Gabriel. Hacía declaraciones, consolaba al padre y hasta le daba las pastillas para dormir aquellas noches. "Tenía información casi directa de las investigaciones, sabía casi todo lo que hacíamos, bien porque estaba allí, bien porque luego se lo sonsacaba al padre de Gabriel", subrayan fuentes del caso. Fue entonces, según explican a EL PERIÓDICO, diario de Prensa Ibérica, cuando la UCO dio un paso arriesgado: "Decidimos utilizar esa posición privilegiada que ella pensaba que tenía y empezamos a hacerle llegar mensajes falsos sobre lo que estábamos buscando para intoxicarla, para obligarla a que se moviera y diera un paso en falso".

En esa estrategia fue clave un allegado a la familia de Gabriel, que colaboró en todo momento con la Guardia Civil. Ese hombre, conocedor de las sospechas sobre Ana Julia Quezada, recibía los mensajes de los investigadores que trasladaba luego al padre del niño entonces desaparecido y también a Ana Julia. En algunas ocasiones fue incluso el padre del niño, que comenzó a sospechar del comportamiento de su pareja, el que luego se los hacía llegar a Ana Julia, que no se separaba de él en aquellos días angustiosos.

Las frases más impactantes de Ana Julia en el juicio por el asesinato de Gabriel

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Las frases más impactantes de Ana Julia Quezada. Vídeo: Leticia de Torre

"A través de esa cadena se le hacían llegar a la sospechosa datos falsos de forma sutil", recuerda uno de los investigadores. Por ejemplo, Ana Julia se enteró de esa forma que ella creía confidencial y secreta de que la búsqueda no iba bien, que no se encontraba ni una huella de Gabriel y que eso no cuadraba con el ataque de un pederasta o un secuestrador; de forma que los guardias civiles apuntaban más bien a alguien cercano.

Mover a Ana Julia

Los guardias civiles de la UCO tenían luego la ventaja de comprobar cómo reaccionaba Ana Julia a sus mensajes distorsionados, porque tenían pinchado su teléfono y escuchaban lo que decía, sobre todo cuando llamaba a un hombre de República Dominicana llamado Miguel Ángel. Esos días trató de colocar el foco sobre la madre de Gabriel: afirmó a su amigo que la "odiaba mucha gente" y que "debía dinero". Escuchando esas reacciones, los investigadores podían modular su estrategia y enviar nuevos mensajes por ese sistema a la sospechosa. "La idea era que se moviera, obligarla a hacer algo que la delatara", añaden las mismas fuentes.

Se consiguió muy pocos días después. El 3 de marzo del 2018, Ana Julia convenció a Ángel, el padre de Gabriel, para salir a buscar por su cuenta el rastro del niño en un paraje alejado y que ya había sido registrado. La mujer se separó del padre unos minutos y volvió con la camiseta blanca que llevaba el crío y que ella había guardado después de matarlo. Aseguró que la había encontrado allí y se había caído y hecho daño en un tobillo.

Ana Julia y Ángel acudieron nerviosos al puesto de control con la camiseta de Gabriel. El caso tomaba un nuevo rumbo. Al niño le habían secuestrado y se lo habían llevado hombres desconocidos, pederastas, le habían quitado la ropa€ El padre tuvo que ser atendido de una crisis de ansiedad. Ana Julia aseguró estar muy nerviosa y un voluntario de Cruz Roja le tomó la tensión arterial. Sorprendentemente, la tenía perfecta, sin alteraciones.

Canarios en el coche

Además, la camiseta había "aparecido" muy cerca de la casa donde vivía la anterior pareja de Ana Julia, un hombre con el que llegó a Almería desde Burgos y con el que tampoco había terminado bien. Ese paso en falso acabó de convencer a los guardias civiles de que Ana Julia sabía dónde estaba el niño, vivo o muerto. Pasaron otros ocho días en los que siguió funcionando esa cadena de mensajes que se le hacían llegar a la mujer. Había que recuperar a Gabriel. Y el 11 de marzo acudió a la finca de Rodalquilar donde lo había matado y enterrado. Entonces ya tenía en su coche "canarios" (micrófonos) colocados por la Guardia Civil y varios agentes la seguían y la iban escuchando en directo. La vieron desenterrar algo (el cuerpo del crío) y la siguieron.

En ese trayecto, Ana Julia Quezada murmuraba su ira y su odio hacia el pequeño ("no quieren un pez, les voy a dar un pez por mis cojones"). Con el cuerpo del niño en el maletero, se aproxima a un vertedero y también a un acantilado. Masculla la idea de llevarlo a un invernadero. Los guardias civiles la siguen y finalmente, ya en Vícar, la acorralan y la detienen.