La mesa limpia, y sobre la mesa, los codos, la cabeza pensando, y de pronto dispara su curiosidad, su pregunta. Delante, por ejemplo, Felipe González, cuando habría que despejar (o no) la X de los Gal. O Margaret Thatcher, que tenía todas las respuestas mezcladas en una mente tan barroca que se parecía a las florituras de su pelo. A lo largo de sesenta años de oficio, por lo menos, Iñaki Gabilondo ha hecho de su manera de preguntar una lección latente de periodismo… y de ciudadanía. La mayor parte de esos años los pasó en la Ser, en su tierra natal, San Sebastián, en Sevilla o Madrid. El mapa del periodismo español tiene su capital en este nombre propio, que también ha transitado por las pantallas de la televisión, últimamente en las sucesivas encarnaciones de aquel Canal +. Es tan decisiva su importancia en el oficio que, ahora que Movistar+ anuncia '¿Qué (demonios) es España?' como su último programa (Las últimas palabras de Iñaki) nos ha dado un vuelco el corazón a los que hemos creído que ese compañero es de los inmortales. En esta entrevista habla de las razones por las que incluso el periodismo es mortal. Y, sobre todo, de qué hay en las preguntas que debe hacer un periodista.

Todo surge de la curiosidad y de ir preguntando, ¿no?

En el fondo te pasas toda la vida preguntando por qué. Preguntas para tratar de entender las circunstancias en las que estás viviendo. Yo he tenido una perpetua curiosidad por tratar de entender. Tal vez por el convencimiento de que nunca nadie consigue hacerse entender si previamente no ha entendido. Se lo decía siempre a mis compañeros en la radio: nadie nos entenderá si nosotros no hemos entendido antes. Pero, ahora que lo pienso, creo que uno siempre pregunta lo mismo, solo que en circunstancias diferentes. Cuando trabajaba en San Sebastián, las preguntas que yo quería hacer estaban prohibidas, porque la radio no podía dar información. Yo quería preguntar cosas sobre el juicio de Burgos, pero… Es que recuerda que nosotros sólo pudimos dar información como tal a partir del año 1977.

En el programa que hizo hace tiempo sobre la Constitución, el sosiego llegó cuando empezó a preguntar a los historiadores… Y aquí, en el programa sobre lo que es España, ha sucedido algo similar.

Es que los historiadores tienen la ventaja de que observan la coyuntura con perspectiva, mientras los periodistas estamos inmersos en la coyuntura. Los historiadores tienen distancia y perspectiva y eso les da una gran dimensión a sus análisis. Yo me di cuenta de que la alta tensión que hay en la política española se podía atemperar con la mirada de quien ve las cosas con mayor perspectiva. Por eso recurro a los historiadores. Ahora, en este último programa que he hecho, yo no quería acabar participando en el avinagramiento general. Nosotros, al hacernos viejos, nos vamos haciendo más escépticos. Pero a eso suele llamársele "la sabiduría de los viejos". Bueno, pues no es sabiduría. Es cansancio. Y no me parece legítimo transmitirle a la gente como sabiduría lo que es cansancio. Pero, al mismo tiempo, no quería ofrecer algo avinagrado. Porque es un desenfoque. Yo estoy fatigado, pero quise hacer una aproximación serena a una conversación en su atmósfera más natural, cambiando impresiones, sin necesidad de otra cosa. Me apetecía que lo último que iba a hacer tuviera ese tono. No quería añadir más rayos y centellas a la borrasca actual. Al contrario: salgamos del cuadrilátero, quitémonos los guantes de boxeo y hablemos. Y me he dado cuenta de que eso produce en la gente un gran alivio. O eso me han dicho casi todos los entrevistados. Recuerdo que cuando me dieron en México el Premio de Periodismo García Márquez, yo ya estaba empezando a estar bastante quemado. Llegué a México y me encontré con los viejos que formaban la cohorte de García Márquez, y desayunábamos debajo de una parra, viendo cantar rancheras y tal, ¡qué gozada! Y hablando entre todos nos dimos cuenta de algo: a ver si nuestro escepticismo no se convierte en veneno para las próximas generaciones, tratemos de que no. Que nuestra aportación a los jóvenes no sea encanallada. Y eso me animó mucho.

¿Qué ha aprendido de estas últimas preguntas que ha hecho?

 Que tiene mucho de impostado el circo de bronca en el que estamos metidos. Las fuerzas políticas han convertido en rutina el enfrentamiento. Pero eso no está en la sociedad. La sociedad tiene muchos problemas, pero no está en una bronca permanente. Casi todo el mundo tiene un discurso más sereno. Incluso los políticos, eh. Tú ves al político más feroz y lo sacas del cuadrilátero y… te das cuenta de que también tiene otro discurso.

El mío es un sosiego trabajado. Yo tengo un pronto muy irascible, pero sé que eso no es lo adecuado. Tal vez porque he trabajado toda mi vida en la radio y siempre he creído que ahí no sólo importa lo que dices, sino cómo lo dices"

Ese sosiego que usted ha conseguido es…

Es un sosiego trabajado. Yo tengo un pronto muy irascible, pero sé que eso no es lo adecuado. Tal vez porque he trabajado toda mi vida en la radio y siempre he creído que en la radio no sólo importa lo que dices, sino cómo lo dices. Hay un segundo piso de la comunicación, por decirlo así, que es muy importante cuando se habla para los grandes públicos. Mira: cuando yo he estado en momentos furibundos, como la guerra de Irak con Aznar inmiscuyéndose en ella, es que… no me enorgullezco de eso. Me parece que fui decente, porque dije lo que realmente creía en aquel momento. Pero, si trabajas para millones de personas, tienes mucha responsabilidad en lo que dices y en cómo lo dices. Por eso mi sosiego es una actitud trabajada. Bueno, también siempre me ha parecido que para trabajar en la radio hay que saber expresarse bien, saber de qué va eso de sujeto, verbo y predicado. Pero, sobre todo, no hacer de la radio un frente de batalla. A mí me ha incomodado mucho verme inmiscuido en algo así, en una guerra por las audiencias. No me siento cómodo con eso. Y mi mujer lo sabe, en esos momentos estuve a punto de dejarlo.

La entrevista que le hizo a Margaret Thatcher fue ejemplar en su trayectoria. La mujer se sentó frente a usted con la intención de darle el mismo discurso que le había dado a otros y usted le hizo otro tipo de preguntas. Fue como aquel famoso grafiti: “Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.

Yo he aprendido algo: la gente no habla si no se siente escuchada. Ese periodista que lanza una pregunta, tú empiezas a responder y él enseguida se pone a ver su guion para ver cuál es la siguiente pregunta que tiene que hacer… es alguien que no escucha. Necesitas que tu interlocutor se dé cuenta de que estás para escucharle. Mira: si tú estás pendiente de tu entrevistado, te das cuenta de muchas cosas y las aprovechas. Entrevistando a Margaret Thatcher me di cuenta de que era la enésima entrevista que iba a dar y dije: la voy a sacar de su zona de confort. No necesariamente para rebatirle algo, sino para conocer otro lado de ella. Le dije: "cuenta que cuando dejó de ser Primera Ministra, usted lloró". Y me dijo que sí. Yo seguí: "y cuando ordenó comenzar la guerra de las Malvinas, ¿no lloró?" ¡Ah! ¡Ahí me di cuenta de que ella, a partir de ese momento, empezó a mirarme de otra manera! A ver: todos los que he entrevistado sabían más que yo. Si tú has escrito un libro y vamos a hablar sobre él, es que sabes más que yo, ¿no? Bueno, pues mi obligación es leerme el libro, todo el libro, y luego hacerte preguntas. Eso se llama respeto.

¿Y no ha habido veces en que las respuestas le han cambiado las preguntas?

Hombre, claro.

¿Recuerda alguna que haya sido dramática?

Uy, ya a estas edades lo de recordar… Pero me ha pasado muchas veces.

¿Y eso qué ha representado para un periodista como usted?

Hay veces en que vas a un personaje con tus prejuicios puestos y de pronto te topas con alguien distinto, con alguien cuya naturaleza humana no sabías que tenía. Cuando entrevisté a Vinton Cerf, uno de los inventores de Internet, a mí me habían dicho que su mujer era sorda y a mí eso me impresionó. Y cuando vas con un personaje como él, no sabes si los temas humanos te los va a aceptar. Pero se lo solté y el tío entró con total naturalidad. Es decir: yo fui a ver a un frío científico-técnico y me encontré a un humanista. Y eso me cambió completamente el cuadro. Bueno, eso me pasó hace un par de años y por eso lo recuerdo.

Ha huido de los tópicos que se esperan, de lo que está en el aire, excepto quizá en la entrevista con Felipe González cuando los GAL. ¿Cómo se preparó para hacerla?

Para hacer una conversación de estas difíciles, como aquella, lo primero que hago es imaginarme cómo serán las respuestas. Con los políticos, generalmente, tú sabes qué respuestas te van a dar. A Felipe le preguntabas algo y sabías que podía darte una conferencia por respuesta. Yo tenía 30 minutos en directo en TVE y sabía que, con alguien como él, la entrevista podía agotarse con cuatro preguntas. Entonces, ese tipo de entrevistas son a tres: él, yo y el reloj. Por eso es importante preparar preguntas que exijan respuestas cortas. Eso es determinante, por lo menos, en la tele o en la radio en directo. En esto que estamos haciendo para un periódico, pues no tanto.

Esa entrevista pasó a la historia por una letra: la X.

Es que había que hacer esa pregunta. Era lo que todo mundo quería saber. Mira: la gente no sabe lo que es tener a un Presidente del Gobierno a un metro…

¿Cómo fue el saludo y cómo fue la despedida con Felipe?

El saludo fue correcto, formal, sin prolegómenos. Los dos sabíamos que iba a ser un día difícil. Esto fue a las nueve y media de la noche, después del Telediario. Un Telediario que le había dedicado por los menos 20 minutos al tema de los GAL. O sea: él sabía que era el tema del día. Nos saludamos correctamente y ya.

¿Y la despedida?

Bien. Correcta también.

En la radio ha habido silencios históricos. Me gustaría que contara los silencios que más le han impactado en su vida en la radio.

Ay, me haces preguntas para forzar la memoria y… Ayúdame, ¿no? ¿Te acuerdas de alguno?

Sí. Cuando entró su hermano Ramón al estudio, le hizo una señal con la cabeza y usted le dijo a Isaías Lafuente que siguiera con el programa.

Ah, bueno, cuando murió mi padre. Fue el 11 del 11, a las 11:11.

Un día Luis del Olmo le preguntó a Aznar: ¿Por qué no le concede usted una entrevista a Iñaki Gabilondo? Y se hizo un silencio. Parecía que se había roto la radio"

O sea: dentro de nada será un aniversario más de eso.

Sí. [Se hace un silencio de cinco segundos] Pero en la radio ha habido otros silencios. Un día Luis del Olmo le preguntó a Aznar: ¿Por qué no le concede usted una entrevista a Iñaki Gabilondo? Y se hizo un silencio. Parecía que se había roto la radio [risas].

¿Y qué significa para usted que un presidente no esté dispuesto a responder preguntas? A sus preguntas, en este caso.

A mí me parece fatal. Pero eso no tiene que ver conmigo, tiene que ver con nuestros oyentes. O sea: Aznar no me despreció a mí. Aznar despreció a nuestros oyentes. Y eso me pareció inexplicable. ¿Que estaba enfadado conmigo o con el Grupo Prisa? Bueno. Pero no podía estar enfadado con tres millones de oyentes. Un político que está al frente del país no puede hacer eso con millones de ciudadanos.

Ahora deja el periodismo en la época de las redes sociales, llenas de rumores.

Me impresiona mucho cómo todo eso se ha escapado al control. Ante eso yo sólo puedo decir que tenemos que construir unidades muy solventes para que se distingan de lo otro. ¡Todo es tan frágil y vulnerable ahora! Y todo ese linchamiento que hay ahí… Las redes deberían ser un instrumento maravilloso para cohesionarnos como sociedad y sin embargo…

Ahora prolifera el paraperiodismo: cosas para entretener y divertirse, desprendidas del periodismo. Muy bien, no digo que eso no deba existir, pero no hay que olvidarse del periodismo"

¿Qué tendría que seguir siendo el periodismo?

Un territorio protegido del delirio. El periodismo es hijo y madre de la democracia. El periodismo ayuda a entender el mundo en el que vivimos y nos alerta de ser responsables. Ahora los periódicos son víctimas del pánico financiero y viven de likes y le dan a la gente lo que más le gusta. Bueno, señores: ¡denles también lo que no les gusta pero tienen derecho a saber para que ejerzan su condición de ciudadanos! Pero ahora prolifera el paraperiodismo: cosas para entretener y divertirse, desprendidas del periodismo. Muy bien, no digo que eso no deba existir, pero no hay que olvidarse del periodismo. Que la comunicación extienda su oferta, vale. Pero que no deje de ofrecer periodismo. Eso de buscar al cliente como sea… no sé yo.

Ahora que parece que se retira…

¿Parece? ¿No te lo crees?

No. No me creo que haya hecho su última pregunta. Eso es cosa del marketing de las televisiones.

Eso lo dicen porque es el último programa que haré en Movistar+ [risas].

Le hice hace años esta pregunta, que le repito ahora. ¿Por qué tiene tanto empeño en saber más?

Porque querer saber más es un anhelo universal, ¿no? O eso es lo que a mí me parece.

Una última cosa…

¡Ah! Lo tuyo sí es lo último [risas].

Bueno, la última por hoy. ¿Cree que la opinión ha contaminado al periodismo?

Tal vez la sobredosis de opinión. Porque para un medio hacer opinión es más barato que hacer información. Tal vez por eso hoy el universo de los opinadores se ha extendido. Eso alimenta la tensión y la aparente necesidad de más opinión. Hoy hay menos reporterismo, menos corresponsales… pero más opinadores. ¡Qué musculatura tan endeble para un medio! Para opinar hay que mirar, estudiar… ¡saber! Saber de algo específico. Pero ahora una sola persona opina de todo, de todo. Incluso de lo más complicado. ¡De todo! Increíble.