En octubre de 2019, poco antes de que empezase la pandemia covid, Marta Reina concluía el proceso más importante de su vida: su transición de hombre a mujer. Nació en 1970 y le llamaron Santiago. 40 años después, completaba la última operación de su cambio de sexo. Se convertía así oficialmente en Marta, la primera agente transexual de la historia del cuerpo de Mossos d’Esquadra.

Han pasado tres años desde entonces. Y la vida de Marta no ha discurrido todo lo plácida que ella esperaba. Especialmente en el ámbito laboral. De hecho, está a punto de abandonar su trabajo, su ciudad y hasta su país. Marta Reina, la primera mosso trans, va a dejar de ser policía autonómica en Cataluña y se marchará a vivir a China en breve.

“Durante todo este tiempo he sufrido faltas de respeto importantes. Me han hecho el vacío algunos de mis propios compañeros, en mi propio equipo. He tenido que aguantar actitudes machistas y tránsfobas. Me han vapuleado y me han anulado por sistema”, le cuenta Marta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, enumerando las causas que le han llevado a tomar esta drástica decisión.

Es una valla más en la gran carrera de obstáculos que ha supuesto su vida. Desde el minuto uno le ha tocado ir superándolos. No solamente por haber nacido en un cuerpo equivocado, que también. No por haber sido adoptada (o tutelada, porque nunca se cambió los apellidos). Es que, por ejemplo, nació zurda y la intentaron volver diestra a palos. “En el cole me zumbaban bastante con la regla cuando me veían escribir con la izquierda”, recuerda.

Por si no fuese suficiente, Marta, que en 2002 aún era Santiago, optó por la vía laboral más difícil: meterse a policía. Ingresar en un cuerpo en el que, según ella misma confiesa (porque lo ha sufrido en sus propias carnes), existen sólidos reductos de discriminación y transfobia con los que le iba a tocar lidiar, y que son los que le han acabado obligando a virar radicalmente el rumbo de su vida.

Acabó su última operación de reasignación de sexo en octubre de 2019. Un proceso que inició por su cuenta en 2014 y que ha dado tantas vueltas como su propia vida. Marta Reina Izquiano sacó un libro en el que cuenta desde aquellos castigos en la escuela por ser diferente y juntarse con las niñas, hasta una operación de cambio de sexo en Tailandia que nunca se realizó y se acabó haciendo en Bellvitge (Barcelona).

Discriminación

Acabar el tránsito parecía poner punto y final a un doloroso proceso que le ha costado muchas lágrimas. Pero tras concluirlo, volvieron los mismos problemas. “He sufrido la discriminación en mis propias carnes. Cuando aún no había acabado el tránsito, no me dejaban cambiarme en el vestuario de chicas. Me exigían que tuviera el DNI como mujer. Al final me acabaron destinando a Sala, que es un lugar donde te dedicas a atender llamas telefónicas y si vas vestida de paisano no pasa nada. Todo eso para evitar que entrase a los vestuarios”, le explica a este periódico.

Cuando finalmente obtuvo el DNI con su nueva identidad, las cosas no cambiaron demasiado. “Me he encontrado mucho machirulismo. Es un cuerpo en el que todavía prevalecen ciertas actitudes. No es todo el mundo, lógicamente. Pero sí que hay mucha gente que todavía tiene prejuicios. Principalmente hombres”, recuerda.

Así, tras acabar su tránsito, se reincorporó a su puesto de trabajo, pero no encontró el respaldo que necesitaba. “Me hacían el vacío constantemente, en mi propio equipo. Me han llegado a dejar sola en un servicio en el aeropuerto mientras mis compañeros se iban a tomar café. Estaban constantemente vigilándome y ponían en duda mis decisiones. Yo soy experta en falsedad documental y un compañero ha llegado a decirme durante una detención que él no iba a ayudarme con eso porque no se fiaba”.

“Es un cuerpo machista, donde todavía escuchas a algunos compañeros utilizar ‘maricón’ y ‘travelo’ como insultos. A mí me avergüenza que luego se llenen la boca con la tolerancia y elaborando panfletos de apoyo a la comunidad LGTBI, si luego a la hora de la verdad siguen teniendo actitudes machistas. Lo primero que deberían hacer es predicar con el ejemplo. La institución en sí tiene el poder y son las personas las que ejecutan ese poder para destruir. No se puede generalizar, pero a veces es la propia institución la que debería velar para que estas malas actitudes no proliferen.”, esgrime en conversación con este diario.

Anulada

Desde que completó su última operación hasta el principio de la pandemia pasó algo más de medio año, unos meses que fueron críticos para ella: “Me han bloqueado y anulado desde dentro de mi propio equipo. Hay veces que tenemos ratos libres. Ellos, mis compañeros más tóxicos, se ponían a chafardear y a poner verdes a otros compañeros, mientras yo me ponía a estudiar. Por eso también me han llamado la atención, por llevar el material de estudio, era una persecución”, denuncia.

“Yo he tenido que trabajar el doble: por una parte, hacer mi trabajo. Por la otra, justificar lo que estaba haciendo, que es algo que no le piden a nadie más”, sentencia. Todo esto le llevó, a principios de la pandemia, a “pegarme una gran hostia en los sótanos de mi propia vida. Estuve fatal y llegué a la conclusión de que tenía que largarme de este trabajo y de este país. Porque la discriminación no me ha venido solamente por el hecho de ser transexual, sino por mis ideas políticas. Yo iba en las listas de Podemos y eso también me ha pasado factura. El cuerpo debería ser apolítico, pero nada más lejos de la realidad”.

La cuestión es que, poco después de que empezase la pandemia, su cuerpo dijo basta: “Estoy de baja por varios problemas físicos importantes. El más grande, una infección de riñón. Pero también sufrí lumbalgias y una serie de dolencias que, sin duda, me vinieron por una cuestión mental. Yo llevo dos años estudiando medicina china y ahí me he dado cuenta de las consecuencias que tiene para el cuerpo aguantar una presión mental tan grande. Se me manifestó así y pedí la baja a mediados de 2020”.

El sueño chino

Durante este tiempo ha podido reflexionar sobre su futuro y ha decidido que la transición no iba a ser el último cambio radical de su vida: “Yo adoro China desde que visité el país por primera vez, en 2013. Cuando llegué a Shanghái me dije a mí misma que tenía que echar raíces allí. Ya estuve casada con una ciudadana china y aún tengo un piso allí. Me encanta su gente y que en su sociedad hay muchas menos etiquetas”.

Ahora afronta sus últimos días en Mossos d’Esquadra y planifica cómo va a ser su nueva vida en el gigante asiático. “Yo voy a volver para acabar allí mis prácticas de la universidad. Tengo unos ahorros para sobrevivir un tiempo y me buscaré algún trabajo mientras acabo de recuperar las nociones del idioma y concluyo mis prácticas universitarias”. Lo cuenta con ilusión, a pesar de lo complicado de su objetivo. Pero ella se siente liberada: “Nadie se fiaba de mí. Me anularon como policía y ahora voy a emprender una nueva vida en el país de mis sueños”.