Son las ocho en punto de la mañana y los habitantes de Forès (Conca de Barberà) respiran tranquilos. Acaba de llegar un camión cisterna con 25.700 litros de agua que debe durarles al menos dos días. El pozo que abastece a los vecinos de este pueblo se secó en mayo y desde entonces dependen de las cubas de agua para seguir teniendo suministro potable. Lo nunca visto en una zona que conoce demasiado la escasez de lluvias. En el Baix Camp, una comarca mucho menos habituada a la sequía extrema, los vecinos también están en apuros. "Si ahora que tengo 20 años estamos así, ¿qué pasará cuando tenga 40? Con los amigos lo hablamos, tendremos que irnos del pueblo por el cambio climático", asume Emma Pajares, vecina de Botarell. Mientras, los agricultores temen cambios en cuestión de meses. Las olivas de Joan Llebaria están tan secas que parecen pasas. "Perderemos esta cosecha y la del año que viene", asume desesperado.

Josep Maria Bosch nació en Forès en 1939 y allí quiere morir. A sus 83 años, la falta de agua no es ninguna novedad. "Mi primera ducha me la di con 18 años, cuando salí del pueblo a trabajar", explica el hombre, que volvió a la Conca ya jubilado. Es normal que, en estos pueblos, en verano escasee el agua. Antes, los habitantes se bañaban con barreños y sus casas están perfectamente adaptadas a la falta de agua, con cisternas que se llenan con la lluvia de los tejados o la calle. Los pocos jardines municipales del pueblo tienen un depósito de agua para aprovechar el exceso de riego. Y no hay ni piscina municipal. "Aquí no nos podemos permitir este despilfarro", sigue Jaume Farrés, el aguacil de Forès.

"Que no haya agua en verano es normal, pero lo que está pasando esta vez es extraordinario", asume Bosch. Se quita la gorra y mira al cielo. "Es que no llueve ni un poquito", le responde Farrés. "Si se mueren las plantas mira, les damos un entierro. El problema está en la gente, en los campos, en las fuentes...", prosigue Bosch. Desde hace más de 300 años la fuente de Sant Miquel, a unos 200 metros del centro del pueblo, llenaba los lavaderos donde las mujeres iban a hacer la colada. Hoy de la fuente no sale ni un chorrito de agua. "Tuve que sacar los 10 peces que puse en invierno para que se comieran las algas, si no, ya estarían muertos", muestra el aguacil. Las fuentes están cerradas y los vecinos no pueden abrir el agua desde las 11 de la noche hasta las seis de la madrugada. "A mí no me preocupa, si pienso en mí ya estoy bien y al final de todo, pero pienso en mis nietos... ¿Qué mundo les hemos dejado, si no llueve? ¿Dónde vivirán?", dice el octogenario pensativo.

Los camiones cisterna no dan abasto

En cuanto Robert Esteve ha llenado los depósitos de agua con su cuba se despide de los habitantes de Forès. "No damos abasto", explica. La empresa de transporte Madel, capitaneada por los hermanos Carles y Robert, es la única en la zona acreditada para llevar agua potable. El año pasado, en junio y julio, hicieron 80 viajes de abastecimiento. Este 2022 llevan 180, más del doble. "Y agosto está siendo mucho peor, tenemos alcaldes desesperados llamando, pidiendo agua cada día", sigue Esteve. Arranca la cisterna en dirección a Passanant i Belltall, pueblo vecino con 5 núcleos donde viven 170 personas. "Este año la sequía se ha agravado porque tuvimos un incendio y nos pidieron usar el pozo, por eso nos hemos quedado sin agua tres semanas antes de lo que es habitual", explica el alcalde, Magí Ninot. "Estamos acostumbrados a que falte el agua, no malgastamos ni una gota, aquí es como el oro", sigue el alcalde, que también ha cerrado las fuentes municipales y ha impuesto restricciones nocturnas de agua.

Ajos como pelotas de pimpón

La Agrupación del Ajo de Belltall sabe bien que significa la escasez de agua. Nació para seguir plantando la variedad típica de esta zona, mantener la semilla y no olvidarse de las raíces. Este fin de semana montan una feria para vender los ajos de este año. "Tenemos un problema, han salido ajos pequeñísimos porque apenas ha llovido, perderemos dinero", cuenta la presidenta de la entidad, Montse Sánchez. Las cabezas de ajos son como pelotitas de pimpón, y las olivas como pasas. "Perderemos la cosecha de este año, pero sobre todo la del año que viene, los pocos payeses que quedamos aquí estamos acabados", lamenta Joan Llaberia, presidente de la asociación de regantes de Riudecanyes (Baix Camp), el pantano de Siurana-Riudecanyes y la cooperativa de aceite de Escornalbou.

La peor sequía en 60 años

El pantano de Riudecanyes se abastece del 'hermano mayor' de Siurana (Priorat), que redirige el río Siurana hacia la costa para que los 3.000 regantes de la zona puedan regar los campos de olivos y avellanas. "El caudal del río ha bajado a 5 litros por segundo, cuando lo normal era de 20, 50 o 100", sigue Llaveria. Los regantes han visto reducido un 60% el uso de agua, que se está priorizando para consumo de boca. "Normalmente regábamos tres horas al día, ahora solo podemos hacerlo una. Solo hubo un año peor que este, 1948, cuando los regantes no pudieron usar nada de agua", cuenta mientras muestra como los olivos, huérfanos de agua, sueltan el fruto antes de tiempo "para no morir de sed". "Este año perderemos el 80% de la cosecha, pero el año que viene no brotará nada, eso es lo peor", prevé el agricultor, harto de ver como la denominación de origen va perdiendo productores porque el negocio no sale a cuenta.

13 horas sin agua por las piscinas privadas

En Botarell (Baix Camp) el alcalde Lluís Escoda implora poder abastecerse con el agua de este pantano. La mina y los dos pozos que dan agua a este núcleo han caído un 75% de su capacidad habitual. "Ahora acaban de venir las cubas y tenemos los depósitos a la mitad: 400 metros cúbicos para vivir", explica el alcalde. El día más grave, de momento, lo vivieron el fin de semana del 30 de julio. "Empezaba la fiesta mayor y vino mucha gente a su segunda residencia. El depósito se nos vació en un solo día porque, sospechamos, llenaron las piscinas a tope", sigue Escoda. Tuvieron que cortar el agua dos horas al mediodía (de 11 a 1) y de cuatro de la tarde hasta las siete, sumados a los cortes habituales de las 23 horas a las 6. "Yo no puedo prohibir las piscinas, pero debería poder, hay que cerrar todas las piscinas y que la gente venga a la piscina municipal". Lamento de alcalde.

"La piscina se llenó, la gente no tenía agua para ducharse", explica Emma Pajares una joven de 22 años que ahora trabaja en el bar de la piscina municipal. "A mí esto de la sequía me da bastante miedo, porque si ahora que tengo 22 ya estamos así, ¿qué pasará cuando tenga 40? A veces con los amigos lo hablamos, tendremos que irnos del pueblo porque la sequía se agravará con la crisis climática", dice la chica, que añade una demanda bastante concreta. "Fíjate que los que siempre pillamos primero somos los pueblos pequeños, los más olvidados".

Esperando el trasvase del Ebro

Los pueblos que dependen de las cubas de agua y que están más expuestos a la sequía son los que no forman parte de la red de abastecimiento del Consocio de Aguas de Tarragona, que se abastece del Ebro. En la Conca de Barberà, ocho pueblos que piden desde hace años integrarse en la red. "La licitación se ha atrasado un año, y lo necesitamos urgentemente para no sufrir", implora Ninot. Escoda también lo ha pedido, pero reza que la incorporación no se retrase más de dos años. Mientras, le toca pagar las cubas que, a día de hoy, permiten subsistir a los vecinos. La Generalitat solo subvenciona el 75% del coste del transporte, pero no el precio del agua. "Si tenemos que estar cuatro y cinco semanas así no lo podemos pagar. Nos costará 30.000 o 40.000 euros y nosotros solo tenemos 10.000 para imprevistos", suspira Escoda.